martes, 5 de noviembre de 2019

cautivo del público cautivo



No sé qué podéis ver en la cara y en la pose de ese tipo que está ahí retorciendo el cuerpo, se supone que está poniendo cara de caracol, yo no sé si veo al caracol, pero la verdad es que tiene gracia, hay imitadores así, no se parecen en nada a lo que imitan pero tienen gracia, tanta gracia que se acaban pareciendo a lo que se proponen, este imitador quizás sea de esos, porque al niño que tiene delante le hace reír, y a la chica que tiene detrás también la hace reír, es un cómico de éxito, aunque si le preguntasen diría que no es un cómico, sin duda no diría nada, no sabría qué decir, porque se dedica a una de esas profesiones que no se pueden confesar, que no se pueden censar, resulta que es secuestrador y lo que está intentando es secuestrar a ese niño al que por el momento hace reír, ya es algo, es un primer paso, es como el flautista de Hamelin, lo mismo vale la música que la risa, el caso es ser seguido hasta el escondite, hasta la apertura secreta en la montaña, y el niño le sigue, el hombre triunfa en su oculto oficio de secuestrador, le lleva a la casa donde está su cómplice, pero por el camino se deja bastante dinero en juguetes para el niño, porque el oficio de secuestrador, como el de cómico, resulta que no puede permitirse ni un momento de reposo, hay que tener al niño atento y alegre en todo momento, la tensión del número no puede romperse ni un segundo, todo instante tiene que formar parte del tiempo de la diversión, es muy difícil, siempre tiene que haber algo nuevo, mueca o juguete, y se puede tensar la cuerda del buen humor pero no puede romperse, el niño no debe llorar, así que el secuestrador se deja bastante dinero y casi pierde su bigote de mentira, más que hacer de padre es como si el secuestrador hiciese de abuelo, abuelo de esos que permiten todos los caprichos porque, precisamente, no son el padre, y luego el cómplice del secuestrador se deja la paciencia, entra con el niño en la dinámica cómica de la destrucción, se atizan el uno al otro, se derrama agua o sake, así que al final el secuestrador tiene que llevar al niño de vuelta al lugar donde lo encontró, pero resulta que no es tan fácil deshacerse de un público cautivo, el niño le sigue y le sigue, el secuestrador intenta asustarle revelándole su oficio de secuestrador, pero el niño no se lo cree, no tiene cara de secuestrador, quizás de caracol sí, pero de secuestrador no, qué fracaso, ahora el pobre hombre es como un cómico que tuviese que ser cómico veinticuatro horas al día, eso no es vida, hace falta un respiro, al triunfar ha fracasado, al conseguir llevar al niño consigo no ha conseguido ser de veras un secuestrador, ha logrado ser otra cosa, quizás un artista, y ahora es un cómico atrapado en su personaje, es un cómico atrapado en la mirada de su público que huye cuando más niños empiezan a perseguirle, cuando más niños quieren a su vez ser público cautivo y que les compre juguetes, al final es como si el flautista de Hamelin se quedase con los niños tras él para siempre, como si se tuviese que dejar los pulmones y la vida soplando la flauta, como si tuviese que ser flautista veinticuatro horas al día, y quizás fuese así, quizás el flautista de Hamelin no fue más que víctima de su éxito, quizás todo empezó como una broma que se le fue de las manos, una broma que se le hizo pesadilla, una broma que se le hizo destino, qué gracia el destino. 
(Un muchacho honrado, Yasujiro Ozu)

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