miércoles, 27 de noviembre de 2019

del norte de África



Una jirafa, claro, tenía que salir una jirafa, aunque apenas la veamos, aunque esté tapada por un cartel con un número grandísimo y enigmático, a saber por qué el 29, y por otro cartel con su nombre en japonés, en latín y en inglés, y también su lugar de origen, el lugar donde debería de estar y no está, el norte de África, y quizás no sea tan inocente que se vea eso, el lugar en el que debería de estar y no está, porque esto no es África, es el Japón de la posguerra, es un país lleno de desplazados, de gente que perdió la casa, que perdió parte de la familia, que perdió la vida que tenían y que nunca volverán a tener, no, nunca volverán al lugar de antes, al lugar que era el suyo, como la jirafa tampoco creo que vuelva al norte de África, así que hay que aprender a vivir así, siempre desplazado, y la palabra en realidad no es "aprender", quizás "acostumbrarse", y la película va del encuentro entre un ser desplazado y un ser en su lugar, pero si decía que tenía que salir una jirafa, qué animal más raro, es porque esta historia parece que va de personas pero en realidad no, va de animales, de animalillos, de lo que de animalillos hay en nosotros, las personas, es el encuentro, por una mezcla de azar y egoísmo, entre un niño perdido y una mujer mayor y solitaria, un encuentro en el que durante mucho tiempo guardan sus distancias, él se mantiene a la distancia justa para que ella no le pueda atizar, ella lo mantiene a la distancia justa para que él no la pueda tocar ni emocionar, del niño se dice a veces que es como un gato, otras como una mula, otras como un perro, hay algo animal en el niño, sí, y está bien que así sea, está bien que haya esa cosa extraña, esa cosa ajena, esa cosa no del todo humana si por humano entendemos al humano adulto, está bien que el niño sea humano y sea otra cosa, algo que nos mira desde fuera de lo adulto, como si el niño tuviese que ser siempre una pregunta, un desconcierto, algo tan raro como una jirafa, cómo puede el mundo ser lo que es, cómo puede el mundo que vosotros, nosotros, los humanos adultos, habéis hecho, ser lo que es, el niño al principio apenas habla, simplemente sigue a la mujer y come la comida que le tiende y se mantiene a distancia prudente de las amenazas que le lanza, es un poco el niño salvaje, es un poco un animalillo que no se sabe bien si se está acostumbrando a ser domesticado o si está domesticándola a ella porque en realidad estas cosas de la domesticación pueden ser más raras, pueden no ir en un único sentido, en realidad lo que vemos es que la realmente salvaje es la mujer, que tiene cara de perro, cara de bulldog, se lo dice una amiga, es ella la que va a tener que abrirse, la que va a tener que hacerse también un poco animal, un poco perro, al final el niño y la mujer se encuentran en un gesto instintivo que él le pega a ella, un remover los hombros, al final no se sabe si los dos se han hecho más humanos o más animales, o si han recordado que antes que humanos eran animales, como el perro, como el gato, como la mula, como la jirafa, animales siempre desplazados pero capaces de darse un poco de calor, capaces de mirarse y reconocerse, y al final de la película veremos a otros niños, en torno a un monumento, un monumento que tiene algo que ver con un señor y un jabalí, y son los niños errantes de la posguerra japonesa, son los niños que viven en las calles, que parecen como gatos callejeros, sí, o perros, una jauría desplazada, algo de veras inquietante, algo de veras triste, desesperado, algo que debería de parar el mundo y no lo para y simplemente lo vemos y la historia, por ahora, se termina, aunque la película, quizás, quiere ser un poco mirada de jirafa, mirada de animal que interroga, que nos trae el recuerdo de nuestra condición animal, de nuestra necesidad de recibir calor y de dar calor, el recuerdo de que el mundo, en realidad, se debería de parar, la película, quizás, quiere ser pregunta que abre el corazón, y lo es, y no sé. 
(Historia de un vecindario, Yasujiro Ozu)

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