No sé si recordarás este plano. ¡Hay tantos planos bellos en esta película! Es la noche del funeral de Ryosuke, el padre, al que llamaban Popeye por ser tan fuerte y que quizás ha muerto de eso, de haber sido tan fuerte, de haber cargado el peso de la plancha tantos años, de haber aguantado resistente las penurias de los años de la guerra y de la posguerra. Si no hubiese sido tan fuerte quizás habría sentido cómo forzaba su cuerpo y habría buscado remedio a tiempo. El caso es que muere y esta es la noche del funeral. Este plano es el último de la secuencia. El Tío Prisionero le ha entregado a Masako, la madre, algo que no sabemos bien qué es, diciéndole: ya está arreglado. Quizás sean los trámites del entierro. Luego le ha entregado también un sobre con dinero que le han dejado unos amigos y que ella ha aceptado sin una palabra. Y entonces viene este plano. Ella inclina la cabeza y se lleva el pañuelo a los ojos, como secando lágrimas, y su cabeza queda encuadrada ahí, en uno de los cuadraditos de la puerta, como en una viñeta.
La cabeza queda encuadrada ahí, en uno de los cuadraditos de la puerta, con la precisión y la fugacidad que tienen los detalles en esta película. En realidad, pensé, es como si toda la película estuviese hecha así. Ese cuadradito de ahí, con la cabeza de ella, en medio del plano, en medio de la noche, es un encuadre dentro del encuadre, es como un plano que la cámara recortaría dentro de la realidad de la escena. Es como si todos los planos de la película fuesen también cuadraditos, como si cada situación estuviese fragmentada en cuadraditos, en viñetas y detalles que son sólo una parte de la escena. Los cuadraditos, en general, no duran mucho, y otros cuadraditos más van completando la escena, que nunca puede ser vista del todo desde un solo punto, desde un solo encuadre. La realidad es una suma de cuadraditos, una suma de planos, algo que hay que recomponer, algo que quizás sólo la cámara puede ver por completo o, más bien, algo que la cámara no puede ver por completo pero de lo que, al menos, nos puede hacer sentir lo complejo que es, algo de lo que nos puede dar una decena de cuadraditos para intuir que podrían ser más, quizás muchos más.
Esta es una película increíblemente llena de detalles, casi cada plano es un detalle nuevo, algo que rectifica ligeramente el plano anterior y que será ligeramente rectificado por el plano siguiente. Como si fuésemos viendo cada pincelada del pintor, como si, pincelada a pincelada, fuésemos viendo aparecer el cuadro y también cómo, cuando ya parece terminado, en realidad no lo está, se sigue modificando pincelada a pincelada, es pintura en el tiempo. Está, por ejemplo, la maravillosa noche del festival en la que canta Toshiko, la hija mayor, mientras Chako, la hija pequeña, baila junto a ella en el escenario. Las vemos a las dos actuar, de cerca y de lejos, pero también vemos a Tetsuo, el sobrino, animarlas, y vemos cómo, junto al escenario, la chica a la que le toca actuar a continuación sorbe, nerviosa, un huevo crudo, suponemos que para su voz. Y esa misma noche a Chako le cortará el pelo la madre de Tetsuo, para tristeza de Chako, para alivio de la madre de Tetsuo, que gracias a eso practica para su examen de peluquería. Y también canta, fatal, para vergüenza de sus padres, el panadero casi novio de Toshiko. Luego el panadero y Toshiko hablarán juntos a la luz de la luna y cuando Toshiko vuelva a casa un borracho intentará agarrarla, porque también pasan cosas así en la película, porque todo encanto puede romperse, aunque luego no pase nada más con ese borracho, aunque apenas sea un susto visto de lejos. Y también está, en una habitación de la casa, el padre, cada vez más enfermo. Esta noche es un poco como el edificio de 13 rue del Percebe, llena de viñetas que son cada una historia, que son cada una un personaje.
O, también, el día en el que Chako se va a vivir con sus tíos. Sucede algo muy propio de un guión clásico: cuando ella se va de pronto falta un detalle que redondea la escena. En este caso es el sobrino, Tetsuo, que se va a buscar una caja suya que Chako quería llevarse y que él no quería regalarle. Ahora, de pronto, decide regalársela. Sería la guinda perfecta de la escena, al mismo tiempo graciosa y emocionante, de no ser porque esta película desborda y a la guinda se le añade una segunda guinda: Chako, a su vez, recuerda que quiere llevarse algo más, el retrato que dibujó de su madre (y que no la hemos visto dibujar, porque también así desborda la película, tenemos que imaginar que en otro tiempo ese retrato fue dibujado) y vuelve a casa para cogerlo, y vemos también cómo la madre, Masako, ve ese gesto de Chako, y cómo en ese gesto adivina lo que siente Chako, su amor y su tristeza, pero además vemos a Toshiko ver que Masako ve eso, como si todo gesto tuviese su onda expansiva, como si nunca hubiese nada que sucediese exclusivamente entre dos seres.
Nunca nada sucede exclusivamente entre dos seres pero al mismo tiempo, aunque los personajes casi nunca están solos, o precisamente por eso, porque casi nunca están solos, en toda situación hay una parte de soledad, algo que no puede ser del todo compartido. Quizás sea ese saber descomponer la escena en viñetas, en planos, lo que nos hace sentir de una manera tan particular la soledad. Es como si en sus vidas los personajes mismos fuesen, fuésemos, viñetas, con algo, un borde, que nos separa de los demás, aunque estemos en la misma página, aunque estemos en la misma historia, aunque nos queramos mucho, aunque nos queramos tanto que nos duele.
Metidos en nuestros cuadraditos, siendo viñetas de la historia, nunca podemos saber bien lo que les pasa a las otras viñetas, lo que sienten, lo que maquinan en sus cabezas, cómo viven la vida que comparten con nosotros. A veces es triste. A veces es misterioso incluso para nosotros, los espectadores: ¿qué sentían realmente Masako y el Tío Prisionero? ¿Qué es lo que sienten en ese momento en el que se despiden en el mostrador de la lavandería? A veces, también, tiene mucha gracia, como el día en que el panadero ve a Toshiko vestida de novia y piensa que se va a casar. Es curioso esto, que mecanismos muy parecidos tengan a veces mucha gracia y otras veces resulten muy tristes, que se fabriquen la comedia y el drama con piezas tan parecidas, con cuadraditos como los de las puertas y ventanas japonesas, cuadraditos todos iguales a través de los cuales, sin embargo, podemos ver cosas muy diferentes, cosas tristes y cosas graciosas, porque esta película es graciosísima y a veces da ganas de llorar de tanta gracia que tiene, por la ternura que provoca esa gracia, que provocan todos esos pequeños detalles cómicos. Quizás, en realidad, nada sería tan triste y emocionante en esta película si no fuese todo tan gracioso, como si para pintar un mundo de veras vivo hiciese falta eso, dar incontables pinceladas de comedia, hacer que cada personaje nos haga sonreír al menos una vez y que, por eso, agradecidos, lo recordemos.
Ahora que, a lo largo de los años, ya he visto varias veces la película, me doy cuenta de que es de esas películas que disfruto más cuando anticipo lo que va pasar, cuando ya sé qué caras van a poner los actores y siento un cosquilleo justo antes de que las pongan, como una canción que se escucha una y otra vez para comprobar que, inasibles, la voz, los instrumentos, vuelven a sonar igual, que lo fugaz, una vez más, hecho de detalles y de modulaciones, vuelve a suceder.
Las secuencias están hechas de cuadraditos y de detalles pero también pensé, hacia el final, que a su vez las secuencias eran como viñetas de algo más amplio y que la emoción estaba en lo que vemos pero también en todo aquello que en el tiempo de la historia, sin darnos cuenta, no vemos. En el cambio de las estaciones pero también en los tiempos de tristeza o de duelo que nos saltamos. Hacia el final de la película Masako y la madre de Tetsuo, viendo a Toshiko vestida de novia, piensan que cómo ha pasado el tiempo. La gracia está en que es previsible que ellas digan esto ante Toshiko vestida de novia pero que al mismo tiempo Toshiko no está de veras vestida de novia, está vestida así para servir de modelo para la madre de Tetsuo, que se presenta a un concurso de peluquería. Así que es cierto que ha pasado el tiempo pero la imagen que les da esa sensación no es más que un ensayo, como si en la vida hubiese ensayos. Eso me hizo pensar en otro momento, cuando el Tío Prisionero le enseña a Masako a planchar y le dice: todos los fallos te ayudan a aprender. Al oír esa frase me pregunté si era cierta en esta película. Aquí, la verdad, hay bastantes fallos que no tienen vuelta atrás. Por ejemplo: cuando el padre no va al médico a tiempo. O, de otra manera más ligera, un sombrero que se tiñe de color rojo ladrillo y una bufanda a la que le queda la marca del jabón. Ni el sombrero ni la bufanda tienen ya arreglo. Si acaso enseñan que hay que tener más cuidado, pero nunca se sabe cual será el próximo error, a qué habrá que estar más atento. Toshiko se viste de novia y su madre dice que es un ensayo pero en realidad los ensayos son, en estas vidas, algo inusual, la mayor parte del tiempo están, aunque no lo parezca, actuando ya en la obra principal, improvisando día a día. Días aparentemente todos iguales, días como cuadraditos, apenas separados los unos de los otros por las noches, por el vacío de las noches, pues salvo excepciones, como el festival y el funeral, estas son vidas laboriosas y diurnas, vidas sin noches. Días, sin embargo no tan iguales, cambiantes, llenándose cada vez más de ausencias. Al final la voz de Toshiko dice el amor a su madre y dice también la insalvable distancia, como los bordes de las viñetas. Dice, en cierto modo, que el amor es sentir esa distancia, que el amor existe, quizás, contra esa distancia, por esa distancia.
(Madre, Mikio Naruse)
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