Te acuerdas, seguro que te acuerdas. Es casi el final de la película. Michiko, la mujer, y Hatsu, el marido, se han reencontrado en la calle en Tokio. El marido tiene sed. Ella le pregunta si quiere tomar una cerveza y él responde que no lleva dinero encima. Entonces ella dice que le invita. Esto tiene su importancia porque hasta ahora lo de beber cerveza era algo que el marido hacía solo o con otras personas, no con ella, como si hubiese una incompatibilidad entre estar con ella y tomar cerveza, mundos de esos que por alguna razón, quizás nunca dicha explícitamente, se han ido aislando y perdiendo flexibilidad. Entonces están ahí, tomando cerveza, y por fin se dicen algunas cosas. Tampoco es que se pierdan en largas explicaciones, no son así, pero se podría decir que se hablan y que, de alguna manera, van a volver a empezar su historia. Entonces él bebe, primero su vaso y luego el de ella, porque en realidad a ella no le gusta la cerveza, le sabe amarga. Y él dice: qué hambre tengo. Los dos se miran. Este fotograma que he querido compartir contigo es el momento en el que se miran. Antes, mucho antes en la película, ella le había reprochado al marido que prácticamente la única frase que le decía al verla era: tengo hambre. Señal, claro, de que en ese matrimonio parecía que lo único para lo que ella servía era para tenerle la comida lista. Ahora el marido ha dicho esa frase por puro reflejo, porque realmente tiene hambre, además no están en una situación en la que ella pueda hacerle la comida, pero el caso es que ha dicho la frase y ella se le ha quedado mirando, y luego él se ha dado cuenta de la frase que ha dicho y de cómo recuerda a la vida que llevaban antes, y la ha mirado a ella. Por eso están ahí los dos mirándose. Y después se ríen. Se ríen juntos.
Esta es una película en la que, me pareció, los personajes casi nunca se miran, sobre todo la mujer y el marido. En la primera mañana que cuenta la película, durante el desayuno, él está tan enfrascado en su lectura del periódico que apenas la mira a ella y que tiende la mano hacia la comida en lugares donde ella no la ha puesto. Casi se podría decir que él no la mira a ella, no la mira de veras, hasta que ella está a punto de irse de casa, harta de todo. Y aunque la mira no sé si la entiende. En realidad no sé si en esta película el mirar sirve de veras para entender algo. Hay un momento en el que la mujer y una amiga miran a una pareja de músicos ambulantes. La amiga dice que se nota que están casados, porque caminan igual. Entonces vemos un plano de los dos músicos ambulantes y yo, la verdad, quizás porque el plano es breve, no tengo claro que sea verdad eso de que caminan igual. Me fijo porque ella lo ha dicho y me parece ver aquello a lo que se refiere, pero tampoco estoy seguro de que sea verdad. Quizás ella se equivoca.
En esta película hay momentos así, afirmaciones que hacen los personajes y que, la verdad, no parecen del todo verdaderas. Frases de esas que se dicen más porque es lo que se quiere ver o lo que se quiere creer que porque sea verdad. En un momento Michiko le dice a la madrastra de la sobrina de su marido (qué lío): ella sabe todo lo que haces por ella. Y yo diría que no tenemos nada claro que eso sea verdad. Bueno, más bien estamos casi seguros de que no es verdad y es uno de los momentos en la película que nos incitan a desconfiar de las palabras. Si eso no es verdad, quizás otras afirmaciones que parecen menos dudosas en realidad tampoco sean verdad. O quizás la verdad sea algo más ambigua. Qué amarga sabe, dice Michiko de la cerveza. Qué bien sabe, dice Hatsu de la misma cerveza. Y los dos tienen razón. Y ella no bebe. Y él se la bebe toda.
En otro momento, Michiko come con sus antiguas amigas del colegio. Y una de ellas le dice: Se te ve feliz. Y Michiko se queda dudosa, con una de esas sonrisas con la boca un poco arrugada que tan bien hacía la actriz Setsuko Hara. Esta película está llena de maneras de sonreír de la actriz. Es increíble que pueda sonreír de tantas maneras diferentes. A veces también ríe. Y siempre parecen tener sentidos diferentes y al mismo tiempo cada uno de esos sentidos parece a su vez ambiguo. Una sonrisa de Setsuko Hara siempre es al menos dos cosas al mismo tiempo. Es algo maravilloso de ver pero no es algo que se pueda entender del todo con sólo verlo. Quizás cierta sonrisa sea feliz, aunque no lo parezca. Quizás tal sonrisa no sea feliz, aunque lo parezca. Y no sólo es que nosotros no podamos determinar el sentido de sus sonrisas, es que quizás ella misma duda. Yo diría que en esta película uno nunca puede entender del todo a los otros, por más que los mire, pero uno tampoco puede entenderse del todo a sí mismo, por más que mire hacia adentro. La verdad de Michiko no es la que ven los otros personajes pero quizás tampoco es la que ella misma ve. Tengo la sensación de que llega un momento en el que ella observa a los demás pero también se observa, sobre todo, a sí misma, sorprendida, preguntándose: ¿quién soy?
Michiko, se me olvidaba decirlo, también mira a su marido a destiempo. Cuando él no la mira, ella le mira, e interpreta lo que ve. Pero son también miradas fugaces. La actriz, Setsuko, tiene muchas maneras de sonreír pero también tiene muchas maneras de mirar y de apartar la mirada. En esta película, creo, los personajes prefieren mirar cuando no están siendo mirados. O miran y enseguida bajan la mirada. Es como si las miradas, y a veces la frases, fuesen globos sonda mandados hacia la realidad, a ver qué es lo que hay ahí afuera. Las miradas son exploradoras, son avanzadillas que se internan en el mundo, en la realidad de los otros, y enseguida dan un paso atrás, temiendo ser sorprendidas por alguna presencia hostil. El mundo está siempre a punto de decepcionar y al mismo tiempo se mira un poco, a ver si por un casual no decepciona, pero enseguida se aparta la mirada, por temor.
Hay que ver, también, cómo Michiko y Hatsu hablan cuando ella por fin ha decidido irse a Tokio y él se ha enterado. Él, decía antes, la mira por primera vez de veras, intentando leer algo en ella. Y ella, en ese momento, apenas le mira a él, evita que sus miradas se crucen. Hay razones, claro, para evitar esa mirada. Me pregunto si entre ellas está el no mirarse a sí misma, como en un espejo. Michiko, todavía, no puede mirarse directamente. El caso es que cuando, pasado el tiempo, se reencuentran, es él el que la ve y la llama en medio de la calle. Ella se para y le mira. Se miran los dos. Pero hay algo que todavía es demasiado para ella. Así que, sin decir nada, sigue caminando por la calle, dándole la espalda a él. Por la calle avanza una pequeña procesión. Esa pequeña procesión la hace detenerse y, en ese momento, ella echa la vista atrás, a ver si Hatsu viene tras ella. Y, sí, tras ella viene Hatsu. Ella se queda parada y, ahora sin dejar de mirarle, le deja llegar. Él le pregunta qué problema hay. Ella no responde. Entonces la procesión, que es pequeña pero bastante ruidosa y alegre, llega hasta ellos, y ellos se tienen que apartar a un lado de la calle. Los dos miran pasar la procesión. Los dos, juntos, miran lo mismo. Y entonces algo cede en ella, quizás gracias a eso, no a mirarse los dos frente a frente sino a mirar los dos juntos la misma cosa, que es algo que hasta ahora, creo, no había pasado en la película. Y ella le mira fugazmente, mientras él sigue mirando la procesión. Y ella habla. Ahora puede hablar y algo, poco a poco, va cediendo entre los dos, se va haciendo posible. Después van a tomar esa cerveza que en realidad solo toma él y tienen ese momento con el que empecé, ese momento en el que se miran y se ríen juntos.
También es cierto que el final de la película no es esa mirada compartida ni esa risa. Al final están los dos en el tren, él se queda dormido y es ella la que le mira, y la que se mira a sí misma, como si el baile de las miradas desacompasadas volviese a empezar, como si las miradas frente a frente o las miradas conjuntas hacia lo mismo no pudiesen ser más que momentos fugaces y privilegiados, sin que sepamos bien qué sentido tienen, si son una ilusión o si son, en cambio, la verdad de la relación, si en el fondo son amargos o si en el fondo saben bien, o las dos cosas, o si esa relación, como la cerveza, no tiene algo de gusto adquirido, un gusto que no es ni verdad ni mentira sino otra cosa. Es cierto que hay una voz en off, la voz en off de Michiko, y lo que nos dice quizás sea su verdad, la verdad del personaje, pero en realidad, aunque la música que la acompaña y el plano que avanza por el callejón sean también bastante afirmativos, es una voz que no está del todo segura, que afirma porque necesita afirmar algo para seguir adelante, para por un momento tener alguna certeza sobre sí misma, pero que sabe que, en el fondo, ninguna afirmación es duradera, que toda afirmación tiene algo de truco momentáneo, que una nunca llega de veras a conocer a los demás pero tampoco llega nunca de veras a conocerse a sí misma.
(El almuerzo, Mikio Naruse)
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