Es la historia de un amor. Es una historia tremenda. Bueno, no sé si tremenda es la palabra. Sí, creo que sí, pero hay que imaginarse algo tremendo y que al mismo tiempo dura y se repite y agota. Es la historia de un amor pero a nosotros, que la vemos, nos falta algo, algo que se pierde entre dos planos: la felicidad y quizás también la esperanza. La película empieza tras la guerra, en un mundo derrotado, pero hay algunos flashbacks luminosos, literalmente luminosos, que nos cuentan el encuentro entre ella, Yukiko, y él, Tomioka, encuentro que tuvo lugar durante la guerra pero en un lugar alejado de la guerra. Al final de uno de esos recuerdos luminosos, justo cuando se van a besar, volvemos al presente, a la oscuridad del presente. Íbamos a ver su primer beso, el beso original, y en su lugar vemos un beso del presente. Del pasado, en cambio, ni siquiera vemos el beso. Vemos, eso sí, la ambigüedad que precedió al beso, la mirada cambiante de Yukiko, el contraste quizás no tan contrastado con lo que pasó la noche anterior con el otro hombre. Vemos eso, la ambigüedad que hay hasta en el más luminoso de los recuerdos, pero no vemos el beso ni la felicidad que sigue, la felicidad que tenemos que imaginar con lo que ella cuenta cuando volvemos al presente oscuro.
Es, insistente, repetitiva, desesperada, la historia de un amor, pero solo vemos lo insistente, lo repetitivo, lo desesperado. Puede parecer que de esta historia lo vemos y lo oímos todo pero en realidad hay algo que falta. Falta lo que nos podría hacer sentir a la par del personaje, falta haber sido feliz con ella junto a ese hombre, haber visto lo que le dio luz a la vida de ella. Falta también, incluso en el presente oscuro, lo que a veces sucede entre ellos y que tiene el eco de esa luz del pasado, o lo que sucede en ella y quizás no en él. En el centro de la historia hay un vacío y quizás siempre hubo un vacío. Quizás esa sea la duda que no se puede permitir el personaje de Yukiko: que allí, en el corazón de lo que más le importa en su vida, haya un vacío. O quizás lo sabe, sabe que hay un vacío y que todos sus esfuerzos son para agarrarse a un vacío, para hacer que ese vacío no haya sido tal, para reescribir el presente y el futuro pero también el pasado. Pero, haga lo que haga, siempre hay un vacío y una y otra vez tiene que volver a empezar, como si cargase agua en un cubo lleno de agujeros, o en un cubo con un único agujero, pequeño pero despiadado, que siempre acaba por dejarlo vacío. Esta es, creo, una película así, hecha de vueltas a empezar.
Te dije de Nubes de verano que era una película contra la idea de protagonista y ayer pensé que esta, Nubes flotantes, era la contrario, pero luego pensé que no, que es lo contrario en la forma narrativa pero no en el "estar en contra". Es, a su manera, una película contra la idea de protagonista. Lo es a base de exacerbar el protagonismo de sus dos personajes, a base de crear un mundo invivible porque se reduce a ellos. En la vida de Yukiko el protagonista es Tomioka, no la propia Yukiko. La historia de un amor es también la historia del protagonismo de otro en la propia vida y eso, a veces, tiene sus peligros. Hay que ver ahí, tras el beso, tras el regreso al oscuro presente, cómo ella cuenta el pasado, con la luz en la cara de ella y todo el resto en la oscuridad, sin que podamos saber si las palabras de ella causan alguna emoción en él, sin que podamos saber hasta el último instante de la película si ella de alguna manera puede, con sus palabras o con su presencia, afectarle a él. Hay que ver cómo ella insiste en tener fe y al cabo sólo tiene fe en su propia falta de fe, convencida de que sólo puede esperar decepciones y aún así insistiendo, yendo una vez más en busca de esa decepción particular que le causa Tomioka, como si en un mundo enteramente decepcionante esa decepción particular llamada Tomioka fuese el destino de Yukiko, su razón de ser, su droga.
Es una película con dos protagonistas, Yukiko para nosotros, Tomioka para Yukiko, y es una película en la que es difícil, creo, acompañar en todo a Yukiko, aunque no podamos dejar de mirarla, aunque ver su insistencia en ir a mal se vaya volviendo también para nosotros una adicción, algo que querríamos poder cambiar y que al mismo tiempo sabemos que no podemos cambiar. Quizás queremos, en el fondo, porque esa es una de las gracias perversas de las ficciones, que ella vaya hasta el final de su error, que ella insista en lo que la hiere. Queremos que la película siga su propia lógica dolorosa hasta el final. A veces, cuando vemos una película, queremos salvar a los personajes pero al mismo tiempo queremos que los personajes vayan a peor para que así la película vaya a mejor. Vamos con los personajes pero también vamos con el narrador. Hideko Takamine, la actriz, decía de Mikio Naruse que era un "viejo malvado". Lo decía con gracia, por sus silencios y por su secretismo a la hora de trabajar, pero quizás había que ser un poco así, un "viejo malvado", un malvado narrador, para seguir hasta el final la lógica de esta historia, para no darnos un respiro, para hacer que acompañemos hasta sus últimas consecuencias el destino de Yukiko, su vida convirtiéndose en destino. Quizás la narración sea un arte un poco malvada, un arte aparentemente despiadada, capaz de escamotearnos la felicidad de una historia, de crear un vacío en el corazón del relato y en el nuestro, de darle a un personaje una razón de existir que sólo puede decepcionarlo, de contarnos algo que parece que entendemos y que al mismo tiempo nunca acabamos de entender del todo, algo que, imposible de resolver, precisamente por eso, nos seguirá acompañando cuando la película haya terminado, cuando el narrador se haya callado.
(Nubes flotantes, Mikio Naruse)
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