domingo, 5 de agosto de 2018

la gracia de enhebrar



No habría que decir mucho, simplemente que parece que se van a poner a bailar, simplemente que parece que ya bailan, una coreografía de esas que no se sabe dónde termina el gesto no bailado y dónde empieza el baile, hay en esta película momentos así, momentos de sincronía caminando, todos al mismo ritmo, llaves que saltan de la mano derecha a la mano izquierda sin más razón que el placer del gesto, el placer de que las cosas vuelen, momentos en lo que el siguiente paso ya podría ser bailado y sin embargo no, no se llega a bailar, y hay también momentos en los que uno se echa a reír sin que haya de veras un gag, simplemente un apunte de gag, por ejemplo dos señores que se ponen a jugar cada uno con su pipa, rimando el uno con el otro como si fueran Hernández y Fernández, como si a un paso estuviera ya el tebeo, y también es cierto que no son pipas cualquiera, tienen toda una historia, una historia que también rima, las cosas de dos en dos tienen más gracia. 
También pasa, claro, que ellas se mueven casi a la par pero no, y se miran y se sonríen como si ese moverse en rima fuese un juego, pero no están solas en ese ritmo, no están solas en ese baile, porque también juega la cámara, también juega el cambio de plano cuando la chica se echa hacia atrás y pasamos del cercano al general, hay un placer de la precisión, como sucede también un poco antes, cuando ella se pasa la mano por la cabeza, es lindo ver algo tan preciso, como un hilo que sin temblar pasa por el ojo de la aguja, como un equilibrista que camina por la cuerda sin esfuerzo, como la bailarina que vuelve baile el gesto cotidiano o que el engarza puño lanzado al aire y el gesto de echarse hacia detrás, un gesto concluyéndose en otro sin que podamos detener el momento preciso de la transición. 
En realidad ese gesto del puño lanzado a alguien que no lo ve ya había aparecido antes, era un niño que boxeaba el aire que había entre él y su padre vuelto de espaldas, un niño que boxeaba el aire sin más, sin que nadie resultase herido, es la gracia de boxear el aire, que se suelta el músculo pero no pasa nada, es un gesto que nadie va a recordar, y además en la película ese gesto no importa nada de nada, quizás rima con el tema de la distancia entre las generaciones, pero rima sin más, de todas maneras nunca volveremos a ver al chico, quizás simplemente diga que estas cosas, en general, importan pero tampoco no hay que tomárselas muy en serio. 
La chica lanza su puño hacia un tren que ya no está ahí, al fondo entre los edificios, un tren en el que va una amiga de las dos chicas que se ha casado y que se va de viaje de novios, o que se va a vivir a otro lugar, la verdad es que no lo sé, esto otro lo acabo de pensar, y lanza el puño porque esa amiga no las ha saludado desde el tren con su ramo de flores como había prometido y no saben muy bien el porqué, pero eso y el hecho de no haber sido invitadas a la recepción les hace pensar que las personas con el tiempo se distancian, y que se distancian más aún cuando se casan, como si casarse fuese acelerar el tiempo, dividirlo en dos, hacer una frontera entre un momento y otro de la vida. También puede ser, claro, que le tocase estar sentada junto a la ventanilla del otro costado del tren, esas cosas pasan y a veces lo que de un lado tiene mucho sentido del otro lado simplemente es mala suerte. 
Ved, ved cómo pasa el tren allí al fondo entre los edificios, ved todas esas camionetas rojas, como si fuesen de una marca de refrescos, como si fuesen de un musical de esos donde el mundo entero está recoloreado para la ocasión, porque si el mundo no está recoloreado resulta mucho más difícil creerse que toda esa gente se ponga a bailar, y sobre todo que se pongan a cantar. 
Luego los personajes vuelven a venir aquí arriba, a apoyarse en esa barandilla, y bastará por ejemplo que la chica con el vestido más claro vuelva aquí, mientras los compañeros juegan a la pelota y al bádminton, y vea pasar un tren, uno cualquiera, para que sepamos que está pensando en su posible matrimonio. Más tarde bastará que la otra chica esté ahí apoyada, hablando con un compañero de trabajo, mientras los compañeros de nuevo juegan a la pelota y al bádminton, para que veamos la imagen del tren sin que haga falta mostrárnosla, para que sepamos que el lugar hacia el que miran es el lugar por el que pasan los trenes y que ellos puedan hablar de viajes sin que haga falta ver de nuevo pasar un tren e incluso para que más tarde, cuando ya han tenido lugar las despedidas, no haga falta ver ni trenes ni barandillas, como si las imágenes que lo significaban se hubiesen ido borrando y ya sólo quedase la sensación de la separación, la sensación de la distancia, como si la gracia final de las rimas y de los gestos de baile estuviese en el momento en el que se desvanecen, como si se tratase de crear tren a tren, paso a paso de casi baile, un mundo con la gracia y la belleza suficientes como para que su desaparición se sienta como ausencia, un mundo que merezca la pena echar menos. 
(Otoño tardío, Yasujiro Ozu)

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