lunes, 20 de agosto de 2018

demórate aquí


Son dos mujeres, llevan algo a la espalda, no sabemos qué, quizás sea algo que vayan a vender al mercado o de puerta en puerta, están ahí paradas en un puente por la mañana, al poco se ponen en marcha y pasan otras mujeres cargadas como ellas, caminan por la calle, se alejan, ya no volveremos a verlas ni sabremos quienes eran ni qué llevaban a la espalda, porque la película empieza con ellas pero no va de ellas, va de un padre y un hijo, es extraño lo de empezar con ellas porque casi no volveremos a ver mujeres, es una historia de hombres, el padre es viudo y se ocupa solo de su hijo, hay un altar dedicado a la esposa muerta pero aunque les vemos hacer ofrendas y plegarias nunca vemos el altar de frente, no hay manera de saber cómo era la mujer, aunque se la recuerda casi no se dice nada de ella, quizás la vida con la mujer sea ya como una vida pasada, otro mundo muy diferente de este mundo de hombres, al principio el hijo es todavía un niño y vive con su padre, que es profesor, pero luego las cosas se irán torciendo, o simplemente irán cambiando, y el padre dejará de ser profesor, aunque cuando hable con su hijo todavía le quede algo de profesor, una mezcla de enseñanzas y consejos, ese no saber muy bien si lo que se está enseñando es matemáticas o a vivir bien, cierta idea del vivir bien, consejos sobre la vida y consejos sobre la salud, todo se mezcla, todo viene a ser igual, y el hijo tiene conocimientos de esos que son un poco de examen y solo por esa manera de hablar ya sabemos lo unidos que están, ese contagio cotidiano de las maneras de hablar y de pensar, sentimos todo ese tiempo pasado juntos y ya vamos sospechando que esto tiene que ir de separaciones, para qué hacer sentir la cercanía si no es para separarla, el hijo y el padre irán viviendo cada vez más lejos geográficamente, aunque seguirán viéndose de vez en cuando y harán cosas como bañarse juntos en un balneario, hay que verlos a los dos en la bañera humeante, más delgado y quizás más débil el padre que el hijo, o como ir a pescar, es lindo verlos pescar, se ponen el uno a lado del otro al borde del río, cada uno con su caña, y lanzan el anzuelo río arriba, lanzan el anzuelo y luego lo dejan bajar y luego lo vuelven a lanzar río arriba, no sé qué pez será este que se pesca así, en realidad no se ve ningún pez, quizás no consigan pescar nunca ninguno, lo avisa un monje, los peces por allí son muy astutos y se esconden muy bien, quizás ni siquiera haya peces y se pasen todo el rato así, anzuelo arriba anzuelo abajo en sincronía, sin pescar nunca nada, o quizás los peces sean como la madre, sean algo que une al padre y al hijo pero que está en un mundo invisible, quizás sea un misterio, algo entre ellos a lo que no podemos tener acceso, hay cosas que los personajes saben y nosotros no, hay cosas que ellos ven y nosotros no, aunque también puede ser que haya cosas que nosotros vemos y ellos no, quizás nosotros veamos que cuando un personaje dice algo en el fondo quiere decir lo contrario y no lo sabe, que cuando un hombre le dice a otro que no tiene que llorar lo que en el fondo está haciendo es ayudarle a, por fin, llorar, quizás nosotros veamos mejor que ellos la ausencia de mujeres en ese mundo en el que se han acostumbrado a vivir, quizás veamos mejor que ellos que lo menos importante de la pesca son los peces, que no es eso lo que veras quieren pescar, que a lo que van allí es a estar juntos y lado a lado, no cara a cara, dejando pasar el tiempo en un mundo en el que parece que las cosas buenas son, como en un poema, escasas a propósito, como ese breve momento de pausa al principio con las dos mujeres en el puente, ese momento de descanso juntas en lo que debe de ser un trabajo mañanero, un trabajo cansado, quizás lo que se pesca sea en el fondo ese instante que se demora, ese instante tan escaso y tan diferente de esas otras cosas de las que se habla, de la misión en la vida y el trabajo, sin que acabemos de saber cuándo el padre estaba de veras enseñando algo importante y cuándo se estaba equivocando, hay un vértigo en sentir la belleza de esos instantes y al mismo tiempo la repetición de las vidas, generación tras generación, con esas cosas que hay que inventarse para responder a preguntas tan pequeñas como para qué sirve una vida, para el sentido general o para el instante, para el trabajo o para la luz solar de cierto mediodía, y aún preguntarse qué sentido general sería aquel que tuviese en cuenta esa luz, ese mediodía, quizás estén pensando en eso al final, en un tren, el hijo y, de nuevo, una mujer, quizás estén pensando eso juntos pero no lo sabemos, no del todo, algo adivinamos pero lo que de veras piensan, lo que de veras sienten, es como los peces que antes se pescaban, como lo que las mujeres cargaban a la espalda, algo que solo ellos saben, algo que comparten ante nosotros, pero no con nosotros. 
(Había un padre, Yasujiro Ozu)

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