Y me crucé el otro día con un unos párrafos de Ramuz en El gran miedo en la montaña, donde describe, o cuenta, o medio describe y medio cuenta, un alejamiento, una chica que se aleja del lugar en la montaña donde su novio se va a quedar unos meses de verano (pero luego será más tiempo y más complicado) cuidando de las vacas y haciendo la mantequilla y haciendo el queso, en un pasto de lo alto, y al leerlo me acordé de Tras-os-Montes, porque todavía no hemos salido de allí, de la película, del lugar, me acordé de la niña con su lazo rojo y su sombra en diagonal en el camino, y también de alguna cosa más, porque hay algo que creo que es muy de cine en la manera extraña de medio contar medio describir de Ramuz, que es como si lo hiciese con planos (cercanos, lejanos, y luego esos planos de cornejas), sí, como si contase describiendo, como por toques de pincel, como Cézanne quizás, tallar con el pincel, tallar con la escritura, tallar con la cámara, y quizás se pueda aprender el cine de Ramuz como Ramuz aprendió la escritura de Cézanne, y ya no digo más, salvo que la novela es bella y terrible y es de montaña y es de cuarentena y ahí van los párrafos del alejamiento de Victorine y de la soledad de Joseph:
Joseph había acompañado a Victorine hasta lo alto de las primeras curvas, luego, allí, se había sentado, siguiéndola con los ojos, mientras ella iba bajando, girándose hacia él a cada vuelta.
También ella le buscaba con los ojos; él los bajaba cada vez un poco más, ella tenía que levantarlos un poco más cada vez.
Ella bajaba, él se quedaba sentado, ella corría un trecho del camino, se paraba, se volvía hacia él, agitaba su pañuelo.
Ella se ha vuelto cada vez más pequeña, luego ha llegado a un lugar donde el camino vuelve a ser llano para hundirse un poco más adelante, tras una cuesta; allí la vio todavía, luego ya no la vio.
Allí, la vio por última vez; allí, por última vez ella se había vuelto; después no se vio más que la mitad de arriba de su cuerpo, luego solo sus hombros, luego solo su brazo y su cabeza, luego una mano que aún levanta.
Y un pequeño punto blanco marcaba el lugar de su mano...
Ahora, por más que mirase, ya no había nada allí donde ella había estado. ¿Cómo puede eso comprenderse?
Se quedaba sentado, no se movía, se preguntaba: ¿dónde está? Era como si ella hubiese sido suprimida de la vida al mismo tiempo que lo había sido de su vista.
No pudo evitar sin embargo el ir a buscarla todavía con los ojos, seguía yendo a buscarla bajo él; pero lo único que vio era que la noche iba a llegar; lo único que había donde ella había estado era una línea gris en el vacío. Porque ella ya no está, nada es. Todo estaba vacío, todo estaba desierto, al mismo tiempo que hacía frío y que había un gran silencio.
Allí arriba, algunas cornejas giraban todavía entre las paredes antes de volver a las grietas de la roca donde anidan, y quizás aún gritaban, pero con gritos sin la fuerza suficiente para que pudiesen llegar hasta aquí y llegar hasta nosotros; entonces no hubo más que el ruido del agua, que no cuenta, no hubo más que el gran silencio y ese gran vacío donde Joseph se levanta, porque tiene frío.
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