domingo, 30 de enero de 2022

del eco


En español la película la han titulado La voz de la montaña. En inglés la titularon, creo, Sound of the Mountain. Esa voz de la montaña, creo haber leído en alguna parte, viene de la novela, de un pozo o de una fuente que está en la novela y no en la película (tendremos que leer la novela ¡no dirás que son malos deberes!) y de la que Kumiko saca un agua que viene de dentro de la montaña, un agua que es como la voz de las entrañas de la montaña, un agua, parece ser, buenísima para el té. La película se titula así en español y en inglés pero, al empezar la copia que vimos aquí, que tenía viejos subtítulos en inglés, apareció otro título: The Echo. Y pensé: ah, claro, la voz de la montaña es el eco, es la montaña que repite lo que gritamos y todo lo que, humano o no humano, suena con algo de fuerza, aunque luego en la película no hay realmente muchas montañas y no parece que haya ningún eco, como no hay ningún pozo ni ninguna fuente. No hay ningún eco montañoso, es cierto, pero ahora, pensando en algunas de las cosas que más me impresionan de la película, pensé que sí que hay eco, que quizás no hay nada más que ecos, una y otra vez, que esta es la historia del eco, de ecos aparentemente silenciosos que en realidad resuenan una y otra vez, resuenan en la sensibilidad de los personajes, resuenan en sus penas. 
Leí también que Yoko Mizuki, la guionista, escribía diálogos abundantes y que Naruse los recortaba mucho. Parece ser que ella reconocía la necesidad de esos cortes, pero su manera de escribir, de entrar en la historia, le exigía escribir muchos diálogos, aunque luego fuesen a ser recortados, quizás para que luego pudiesen ser recortados. (Cada cual trabaja y piensa con sus medios y su instinto y mejor no forzarlo demasiado, sobre todo si otro puede venir detrás a recortar lo que haga falta.) Esto ya te lo había dicho pero si lo repito ahora es porque pensé, un poco en broma, un poco en serio, que viendo cómo Naruse filma los diálogos, viendo el tiempo que le da a cada réplica, el tiempo de decir la réplica pero también el tiempo que la precede y el tiempo que la sigue, es normal que los recortase, si no lo hubiese hecho le habrían quedado películas de cinco horas. En realidad si Naruse recortaba los diálogos quizás fuese para poder cuidar de veras a los diálogos que finalmente filmaba, para poder darle a cada uno, por banal que parezca, el tiempo y el peso que merecen. Digo esto del peso y pienso que sí, que la palabra es esa, que los diálogos pesan, pesan como losas, pesan como piedras que golpean, como piedras que caen en el agua y se hunden y hacen ondas y poco a poco van haciendo desbordar el agua. 
Pensé por ejemplo en el momentito que he puesto antes del texto, esa réplica que, como los terremotos, tiene sus propias réplicas silenciosas. El marido habla, dos pequeñas frases banales y malvadas. Luego vemos a Kumiko. Vemos cómo gira la cabeza hacia el marido y cómo luego baja la vista. Vemos cómo se borra la sonrisa de su rostro (y para eso nada mejor que Setsuko Hara, una de esas actrices que casi parece que cambia de cara cuando pasa de la sonrisa a la seriedad y de la seriedad a la sonrisa). Luego mira hacia algo fuera de plano y se va. Ese algo hacia lo que miraba, lo sabemos en el plano siguiente, es el suegro. El suegro que levanta la mirada para ver el efecto de la réplica en Kumiko y que luego vuelve la vista hacia el marido, hacia el origen de la réplica. Así, en una réplica, tenemos el deseo de hacer daño del marido, el daño de Kumiko, la conciencia de Kumiko de que ese daño ha sido percibido por el suegro, y la percepción del suegro del dolor de Kumiko y de la maldad del marido, de su propio hijo. La réplica ha sido dicha una única vez pero en realidad la hemos oído tres veces, como si la hubiese repetido el eco de la montaña, la hemos oído en el marido, en Kumiko y en el suegro. La hemos oído en las réplicas de dolor que la réplica causa y que quizás empiezan en el marido mismo, que se hunde con gusto en su maldad, pero con un gusto que quizás algo le duele, y la hemos oído en la sonrisa que se desdibuja en Kumiko y en la mirada del suegro que, como si viese un partido de tenis a contratiempo, va del efecto a la causa, de Kumiko al marido. 
En realidad, pensé, toda la película es así. Este momento se podría haber limitado al marido que dice una réplica malvada y a Kumiko que se siente herida en silencio, pero hace falta la tercera parte. Toda jugada tiene que ser, al menos, una jugada a tres bandas (bueno, no sé yo si una jugada a tres bandas es eso, luego lo comprobaré). En esta película no hay relación que sea exclusivamente una relación entre dos personajes. Toda relación afecta, al menos, a un tercer personaje. En general a más. Y el daño que se hace se repercute, como un eco en otros. Pero lo terrible es que también el bien que se hace se repercute, convertido en daño, en los otros. En esta película parece que no se puede dar afecto si no es a costa de quitárselo a otra persona. El suegro, que tan bien podría caernos por el afecto que tiene por Kumiko,  prefería el hijo a la hija y, antes, prefería a la hermana de su esposa a su propia esposa. En esta película el verbo "preferir" es un verbo terrible. Es un verbo que solo aparece en frases acusatorias: preferías a otra persona y he tenido que vivir con eso. Como si el afecto que se tiene fuese limitado, como si el afecto que se da necesariamente se esté quitando a otra persona, como si, al igual que con el dinero, se fuese rico a costa de la pobreza de otros. En las películas de Naruse casi siempre falta el dinero y aquí también hay un personaje que pasa apuros (y una escena extraordinaria con unos billetes que se pretenden dar como compensación por un daño que no es económico), pero de pronto me parece que aquí, y quizás en otras, el afecto circula también como el dinero, que el afecto es siempre una forma de injusticia, y quizás por eso esta sea una película tan triste, porque no hay nada bueno que no sea, en algún punto del juego a tres bandas, malo. Quizás de ahí también ese final en ese espacio tan abierto, un espacio en el que al fin no hay paredes en las que pueda rebotar la bola, pero es que ya no hay familia, es que ya casi no hay relaciones, sólo en lo que no tiene mañana se deshace un poco la maraña, se olvida por un momento el peso de cada réplica. 
Y, por cierto, si hay Eco, ¿dónde está Narciso?
(La voz de la montaña, Mikio Naruse)

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