Esta es una película sobre un asalto a un tren y es, sobre todo, una película sobre la huida posterior a ese gran robo, aunque la palabra huida hace pensar en prisas y en desorden y, sin embargo, esta huida está muy bien planificada, está hecha, como todos los planes, contra el desorden y contra las prisas.
Esta es una película con coches y camiones, con oro y con pistolas, con planes inteligentes y con imprevistos peligrosos y es, también, una película con durmientes. A lo largo de la huida, a lo largo del tiempo y del espacio que recorren, los personajes, por turnos, duermen. No es que no estén nerviosos. No es que no tengan miedo. Todos están, cada cual a su manera, nerviosos. Sin embargo, duermen. Quizás sea por disciplina: conseguir dormir y, por lo tanto, estar fresco cuando se está despierto, es parte del plan. Al atracador que ha elaborado el plan una vez le oímos insistir en eso: a pesar de que no han acabado los peligros, ahora, en este preciso momento, es hora de dormir. Y en cierto modo ese dormir y hacer dormir a los demás va bien con su carácter, con su aparente tranquilidad, que nunca sabremos del todo lo que tiene de natural y lo que tiene de autodisciplina, o hasta qué punto en él ya la autodisciplina y lo natural se han confundido.
Quizás, más allá de la disciplina y de los planes, lo que sucede es que la huida se desarrolla en el tiempo y que a todo cuerpo le llega, al cabo del tiempo, el cansancio. Es una película en la que hace falta hacernos sentir que el tiempo y los kilómetros son los que son y que no hay manera de saltárselos, así como en la vida real uno no puede saltar a la secuencia siguiente, 600 kilómetros más lejos, o 1000, o 2000, sino que tiene que recorrer cada uno de esos kilómetros. Hay que sentirlo de manera precisa y al mismo tiempo la película tiene que ser breve y tiene que saltar los kilómetros por centenares y el tiempo por horas. El truco (pero a veces es en los trucos donde se esconden las verdades más importantes) son los durmientes. Sentir, al ver a los durmientes, al verlos dormidos, y también al verlos despertar, que ha pasado el tiempo suficiente para que les fuese ganando el cansancio y que ha pasado también todo ese tiempo del que no han sido conscientes, todo ese tiempo en el que, gracias al sueño, han conseguido escapar del miedo y del tiempo. Sentir, quizás, que esa tensión, al prolongarse, empieza a ser otra cosa, que los personajes, por un hábito que les viene de antes o por un hábito que van tomando ahora, son capaces de dormir en medio de la tensión y de la incertidumbre (porque esta es también una película sobre la incertidumbre, sobre no saberlo todo, sobre jugar en desventaja y sin saber cuales son las cartas del adversario, en este caso la policía). La tensión, en cierto modo, por prolongarse en el tiempo, se ha relajado un poco o, más bien, la tensión se ha convertido en el aire que respiran los personajes, en la realidad en la que viven, una realidad en la que, como en todas las realidades, tarde o temprano hay que dormir, aunque no puedas saber dónde ni cuándo despertarás, aunque no puedas saber si al despertar tu realidad seguirá siendo la que era al quedarte dormido o si el mundo, mientras dormías, te ha estado preparando un nuevo peligro sin vuelta atrás.
(Plunder Road, Hubert Cornfield)
(Supe de esta película por el Bazofi Sigma.)
ResponderEliminar