Son las manos de una obrera y de un obrero. Ella es del sur. Él es del norte. Viven y trabajan en el norte. Se quieren. Se quieren de una manera extraña. Bueno, quizás lo extraño es sobre todo la manera de ella. Una manera imprevisible. Siempre cambiando de idea. En realidad ella no para de pensar. Es una máquina de pensar. Está en una situación nueva y la reevalúa constantemente. Por eso es imprevisible. Es raro un personaje que piensa tanto, constantemente. Que tiene ideas. Stefania Sandrelli, la actriz, hace maravillas con eso de tener ideas, con eso de que se note que está pensando. Lo logran ella y el guión, que le da innumerables ocasiones de darle un vuelco a las situaciones. Un personaje que piensa también es eso, es un personaje que actúa, que en sus actos y en sus palabras vemos que ha pensado. Y es, también, una actriz que tiene un sentido del ritmo que hace visible cómo aparece la idea y cómo la idea se transforma en acto.
Esta es una secuencia tan llena de cosas que enumerarlas marea un poco, porque en cierto modo habría que contar toda la película. Hay un río contaminado. Él y ella han ido allí para alejarse del mundo de la fábrica, porque él recordaba el río bonito y limpio (era un recuerdo de infancia), pero lo que se encuentran en el río es, de nuevo, el mundo de las fábricas, el río lleno de espuma. Entonces ellos se sientan y hablan. Es uno de esos momentos en los que ella, a cada rato, es imprevisible (de verdad, tenéis que verla y oírla, no os lo puedo contar todo). Él acaba por levantarse e irse, exasperado. Ella grita y se deja caer al suelo, llorando, o haciendo como que llora, o las dos cosas al mismo tiempo (ella es así, puede llorar y hacer como que llora al mismo tiempo, lo verdadero y lo falso no son en ella algo que se opone). De pronto ve algo y deja de llorar, o de hacer como que llora. Ve, entre la basura, pajaritos muertos. Pajaritos muertos, suponemos, por la contaminación. La panorámica por esos pajaritos es un momento increíble, inesperado. Luego volvemos a verla a ella. Ahora está seria. Emocionada, en realidad. Se podría decir que sabemos que está emocionada porque no expresa nada. Porque sabe que ante ciertas cosas es necesario el silencio y la atención. Con sus manos enguantadas (guantes de lana) coge los pajaritos. Volvemos a ver su rostro. Llora. Antes lloraba ruidosa y sin lágrimas. Ahora llora en silencio y con lágrimas. Él vuelve con la moto (nunca se pueden alejar de veras el uno del otro, siempre vuelve él o vuelve ella), en un plano amplio (hace un rato, por cierto, que suena música) y la descubre a ella arrodillada, haciendo algo que él, de entrada, no puede comprender, y que nosotros sí comprendemos porque ya hemos visto a los pajaritos muertos. Ella, con las manos (se ha quitado los guantes, se puede estropear las manos, al fin y al cabo lo hace todos los días en la fábrica, pero no los guantes), está escarbando el suelo, y nosotros entendemos al momento que quiere enterrar a los pajaritos. No es esta una película en la que se pueda salvar a los pajaritos pero es una película en la que se puede enterrarlos. Quizás, en cierto modo, toda la película sea así. (Quizás, ahora que lo pienso, no sea la única película de Comencini así, una película que delicadamente entierra pajaritos que no puede salvar (pero sin dejar, por otra parte, de mostrar qué es lo que mata a los pajaritos).) Él se acerca (y el plano en el que él se acerca no es largo pero se toma su tiempo, no es un plano que sirva simplemente para que él se acerque, quizás sirve para que sintamos una vez más esa distancia que él tiene que recorrer para acercarse a ella, esa distancia que nunca acaban de recorrer el uno hacia el otro, o quizás ese plano tenga que tomarse un poquito de tiempo porque esta es una secuencia de los dos, de ella ante los pajaritos pero también de él ante ella y ante los pajaritos, y ese estar juntos es una cuestión de tiempo y también una cuestión de mirada, el tiempo de ella mirando a los pajaritos, el tiempo de él mirándola a ella). Él le pregunta qué hace y ella le responde: "entierro a los pajaritos muertos". Él viene junto a ella, se quita un guante y saca su navaja (una navaja pequeña, me dan ganas de decir que es un cortaplumas). Con la navaja pincha en la tierra para ablandar la tierra y que ella pueda escarbar con más facilidad. Él pincha, ella escarba. Se dan el relevo. Es bonito, creo, o justo, que él no se ponga a escarbar como ella o en el lugar de ella, que él la ayude a hacer mejor lo que ella ya estaba haciendo. Diría que hay algo ahí sobre el amor que él siente por ella, sobre cómo quiere quererla. Es bonito que él haya pensado en eso. En sacar la navaja. Tan rápido. Sin hacerle más preguntas sobre lo que ella hace pero también sin hacerse él mismo más preguntas. Sabemos que no se hace más preguntas porque con su acto, sacar la navaja, vemos que, ante lo sorprendente de ella, lo que él ha pensado es en el aspecto práctico: cómo hacer más fácil esa tarea. Y además no puede dejar de mirarla. Y la besa. Y tras el beso ella pone, uno a uno, los pajaritos en la tumba improvisada. Y cubren de tierra a los pajaritos. Luego habrá alguna frase más y se besarán en ese rincón que antes era bello y ahora es basura. Se besarán y el plano será bello y al mismo tiempo será un plano con basura. Toda la secuencia es así. Nada más bonito y nada más terrible que todo lo que pasa con esos pajaritos muertos, esos pajaritos que no hay manera de salvar pero que hacen nacer en ella y él esos gestos tan bellos. Con la muerte que viene de la fábrica hacen eso. No sé si es poco o si es mucho. No sé si la película lo sabe. Me pregunto si la película no duda también de sí misma. Duda pero a pesar de todo no para de inventarse momentos así. Ante la duda, inventar detalles. Hay, por ejemplo, una maleta llena de patatas que tiene mucha gracia. Esa maleta llena de patatas es como el reflejo de estos pajaritos. Es algo que quiebra el tono y que al mismo tiempo le da sentido a todo. Esos pajaritos, esas patatas, son el cineasta y el guionista inventando, dándoles todo lo que pueden a los personajes pajaritos, contándonos su historia al mismo tiempo con guantes y con las manos desnudas, haciendo como que lloran y, al mismo tiempo, de veras llorando.
(Delitto d'amore, Luigi Comencini)
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