miércoles, 4 de diciembre de 2019

de los hombros caídos



No podéis ver casi nada, es al anochecer, la imagen está muy oscura y si no lo estuviese sería aún más oscura, no una oscuridad de lo que no se ve sino una oscuridad de lo que se ve, una oscuridad de lo que quizás podéis adivinar que cuenta, aunque tampoco hay tanto que se pueda adivinar, si os fijáis bien podéis ver que ahí, en el centro, hay un hombre con gafas, con la cabeza gacha y los hombros caídos, y hay una mano de otro hombre que le sujeta a la altura del pecho y otra mano que está cayendo sobre la cara del hombre con gafas, es el instante justo antes de una bofetada, cuando la mano ya está lanzada y, aunque todavía no llegó al rostro, ya nada puede pararla, un instante que no dura nada pero que si durase el hombre de las gafas lo esperaría igual, con la cabeza gacha y los hombros caídos, sin defenderse, la imagen es oscura por la bofetada, pero es aún más oscura por esos hombros caídos, por esa cabeza gacha, por ese dejar que se le venga encima cualquier dolor que el mundo le envíe, os podría contar un poco de todo esto, aunque es un poco complicado, el hombre de hombros caídos y el hombre que golpea eran compañeros de universidad y malos alumnos los dos, aunque el que da el bofetón lo era por desenfado y desatención y el que recibe el bofetón lo era por incapaz, era el que más estudiaba de la clase y también era el que peores notas sacaba, hay algo así en esta historia, al que poco tiene poco le será dado, no vale para nada el esfuerzo, sólo se obtiene aquello que no se busca, aquello que no se persigue, y él está hecho para siempre perseguir y nunca obtener, de ahí los hombros caídos, de ahí la cabeza gacha, y es pobre y además es el único sustento de su madre, en cambio el que da el bofetón es rico, siempre lo fue, y ahora dirige la empresa para la que trabaja el que recibe el bofetón, y podríais pensar que si el jefe le golpea al empleado la cosa es sencilla, horrible pero sencilla, pero en realidad no, no es tan sencilla, el que da el bofetón (y en realidad no da un sólo bofetón, le da muchísimos) se siente traicionado por su amigo porque este le deja hacer lo que quiera y deja que le haga lo que quiera, que le golpee y que le quite a la novia, y no se queja porque no puede perder el trabajo (recordad, es el único sustento de su madre, pero además es que se acostumbró, o la vida le acostumbró, a recibir golpes y no devolverlos, y la película también va de eso, de hasta qué punto podemos llegar a ser otra cosa que aquello que nos hemos acostumbrado a ser, hasta qué punto podemos desear y obtener algo más en la vida que lo que ya tenemos) y este dejarse, este callarse y dejar que el rico y poderoso sea injusto, el injusto lo vive como una traición a la amistad, y al mismo tiempo lo que hace para acabar con esa situación, las bofetadas, sólo se lo puede permitir porque es el jefe, y la película va al final a concederle una pequeña victoria al que recibe el bofetón, al menos será el más afortunado en el amor, o en el matrimonio, y si no pasase eso, si el jefe no perdiese en algo, si el empleado no ganase en algo, la verdad es que todo sería insoportable, que lo es, esa ambigüedad del golpear para romper la situación misma que hace esos golpes posibles, como si el mundo fuese un mecanismo imparable, un mecanismo de romper y encasillar, como si sintiésemos todo ese peso del mundo como lo siente el hombre de las gafas, el de los hombros caídos, hombro caídos porque no hay quien pueda con todo ese peso que día a día se le viene encima, pero por una vez algo gana, gana el matrimonio con la chica a la que todos quieren, y aún así entra la duda, ella se casa con él porque no pensaba poder aspirar a más, no pensaba poder aspirar al jefe, que era a quién realmente quería, (no por jefe, sino por majo y de sonrisa luminosa y desenvuelto, y en realidad, claro, si él era así también era en parte porque era rico y no se pasaba las horas y los días sintiendo un peso sobre los hombros) y también porque cree que puede darle algo a ese hombre de hombros caídos, quizás algo de calma, algo de valor, algo de felicidad, pero al hacerlo renuncia a ese amor con el jefe, con el tipo brillante, el tipo al que le basta con aparecer para ser querido, porque a los que mucho tienen mucho les será dado, y no sabemos en realidad a qué se podrá parecer la vida de esa chica, si de veras va a ser feliz, quizás sí, pero sospechamos que a veces pensará en esa otra vida que habría podido vivir, esa felicidad diferente que habría sido la suya si hubiese vivido con el hombre de la alegre sonrisa y no con el hombre de los hombros caídos, y es que hay algo así en todo lo que pasa, todo es como ese momento de los bofetones, todo lleva por dentro, retorciendo las cosas, haciéndolas difíciles de aceptar y de vivir, algo así como un gusano que todo lo roe, el gusano de la injusticia, todo está rodeado de oscuridad y las formas de lo justo y de lo injusto se confunden, como si la injusticia fuese parte misma del aire que respiran, del aire en el que viven, porque esta es una historia desesperada, y en ese aire que les rodea, ese aire que está hecho también de injusticia, los personajes pueden ayudarse o golpearse, pueden amarse o resignarse, pero lo que nunca pueden es salir de él, uno no puede salir del aire, y quizás por eso ahí, en el momento de los bofetones, todo sea tan oscuro y la oscuridad sea como un peso, un peso que cae sobre los hombros, es el momento mismo en el que la vida para todos los personajes se vuelve peso, y aunque luego venga, quizás, la felicidad, no podrán, creo, olvidar que estuvieron ahí, olvidar ese momento, olvidar esa conciencia, aunque sólo sea a veces, cuando caiga la noche, cuando caiga la oscuridad.
(¿Dónde están los sueños de mi juventud?, Yasujiro Ozu)

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