Hay en el cine de Jacques Rozier un progresivo despego, desde Adieu
philippine hasta Maine Océan, despego de la realidad, con sus conflictos y
sus tramas, e incluso de la belleza. El punto culminante de este despego
es Fifi Martingale (2001) en la que ya no hay absolutamente nada en juego. Es
su película de viejo, su Condesa de Hong Kong, con viejos y para viejos. ¿No
son casi todos los personajes mayores de cincuenta años? ¿No son todos viejos
los espectadores que acuden a la representación de El huevo de Pascua al final
de la película?
Ya no hay crepúsculos ni bailes ni tan siquiera ilusión
o sueños. Y si venganzas hay las habrá a la manera en que se vengan los
cómicos: a pastelazos. Tampoco hay espacio para la amargura (a pesar de la
crisis del mundo del espectáculo, de la falta de dinero...) ni para carcajadas
(aunque uno puede partirse de risa cuando el personaje
interpretado Louis Rego aparece de pronto entre los viejos que cantan una versión
muy sui generis del Il était un petit navire) sino una sonrisa apenas dibujada
en los labios, hecha de la humanidad esencial de los cómicos.
Nos dicen que su autor trabaja desde hace mucho tiempo en un nuevo montaje pero
uno sospecha que esta película no va a cambiar en lo esencial por mucho que se
monte y se remonte. Como uno sospecha igualmente que nunca tendrá éxito ya no
solo de público sino entre una buena parte de los admiradores de Rozier.
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