...hay que verlo de cerca, verlo de verdad, dan ganas de cogerlo bajo el brazo y llevárselo, de verdad dan ganas, porque uno se queda mirando y es como si estuviese dentro y ya no en un museo, y en ese mundo de ahí adentro sería normal coger el cuadro y metérselo bajo el brazo y además no importaría porque todo sería cuadro, todo sería pintura, pero no es eso lo que quería decir, no, quería saber qué mirar, las líneas o los colores, primero veo los colores, manchas de verde sobre manchas de rojo naranja sobre marco verde, no sé qué color fue antes, no sé si esas tres manchas de verde vienen sobre el rojo naranja amarillo o si vienen como una luz desde detrás del amarillo naranja rojo, pero luego están las líneas, ese mundo que visto de lejos es todo color y luz, como la atmósfera de un planeta gaseoso y al acercarse, al pasar los gases de colores, resulta que es un mundo habitable, un mundo de puertas y tejados y terrazas y un arbolillo, parece una de esas ciudades que suben y bajan y son toda altos y balcones y barandillas, y quizás no sea posible ir de un alto a otro, de una casa a otra, no caminando, no, quizás de color en color, cambiando de color, un mundo donde no se caminaría, se cambiaría de color y de pronto ya no se estaría aquí amarillo, se estaría allí verde, se estaría allí rojo...
...y visto de cerca parece tan frágil, cada capa de luz o de líneas como una pielecilla de la que se podría tirar y se te quedaría en la mano, y se desharía casi transparente en contacto con el aire, o como si fuesen manchas del azar, de la lluvia, el sol o el moho, colores y líneas que el tiempo fue dejando allí, por mano de los elementos o del hombre, el hombre un elemento más, el hombre una mancha más de luz, una mancha más de color...
(Fachada marrón-verde, Paul Klee)
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