... como piedras lanzadas al vacío del valle en un descanso del autobús, como palabras lanzadas al vacío de otro corazón, eso decíamos, y queríamos creer que no, que el vacío no existe, que toda palabra cae en algún lugar, que toda palabra puede crecer, pero ahora recordamos otras palabras que se dicen en el autobús, como dejándolas caer, ahora recordamos que ya otras chicas se fueron del otro lado de los montes hasta Tokio, ya otras chicas se fueron porque la familia no tenía dinero, para hacer ese trabajo que no se puede decir, ese trabajo que hace evitar la mirada de los vecinos al partir, que hace bajar la vista al conductor cuando piensa en él y que solo la otra mujer, la que coquetea y bebe y en el fondo es buena, se atreve a nombrar, prostitución, sí, ya otras chicas se fueron del otro lado de las montañas y nunca volvieron, como vidas arrojadas al vacío de la ciudad y de la necesidad, ninguna vida es un vacío, pero toda vida se puede perder, y además esto no es más que un viaje en autobús, apenas unas horas, a qué soñar, ya no hay tiempo para cambiar lo que será, allí en el autobús las vidas de estas chicas tan solo están de paso hacia otro lugar, son como piedras arrojadas al vacío que el señor Gracias no volverá a ver...
... aunque él podría, claro, cambiar las cosas, por una vez podría cambiarlas y que la chica no se tuviese que ir lejos de los montes, al vacío de Tokio, sí, podría quedarse con él, no sabremos lo que pasa, a lo lejos veremos al autobús llegar a su destino, sin saber si estas dos vidas apenas se han cruzado durante unas horas para no ser ya más que un recuerdo la una en la otra o si estas horas han bastado para cambiar dos destinos...
... pero entonces recordamos que cuando el autobús paró y todos bajaron a estirar las piernas y estirar los brazos y lanzar piedras al vacío y ya luego casi todos volvieron a subir, el conductor, el señor Gracias, a punto de subir él también, se detuvo y se quedó mirando allí a lo lejos, al lugar donde apareció una chica de blanco, una chica que se acerca a él y le habla con una voz que parece venir de muy lejos, una voz como de fantasma, y oímos que ella ha estado trabajando en la construcción de una carretera y que a menudo se vieron ella y el señor Gracias, probablemente se hablaron como se han hablado antes el señor Gracias y la chica que va camino del vacío de Tokio, se hablaron él y la chica de la carretera con palabras lanzadas al vacío, con palabras que son como una mano tendida que no llega a acariciar, aunque hay que ver cómo la mano de ella acaricia el autobús, y ahora la construcción ha terminado y ella no tiene tiempo de rodar en autobús por esa carretera que ha construido, ella tiene que irse ya, a lo lejos en el monte vemos a ese pueblo de blanco, ese pueblo como de fantasmas que construyen las carreteras por las que no viajan, y sabemos que ella y el señor Gracias no se volverán a ver y apenas serán el uno para el otro un recuerdo que no sabrán si es feliz por haberlo vivido o triste por haberlo perdido...
... no es poca cosa este encuentro de la mujer de blanco y del señor Gracias, es hasta cruel, por la voz de fantasma de ella, por el tono irreal, porque de pronto ese posible amor parece mucho más desgarrador o loco o mágico que el que podría haber entre la chica camino de Tokio y el señor Gracias, sí, y eso no es cruel con la chica de blanco ni con él, sino con la chica que espera en el autobús, la chica real que no habla como un fantasma, que no flota en un kimono blanco...
... y el señor Gracias podría aún así cambiar la vida de la chica que va camino de Tokio, podrían, la palabra no se dice, casarse, aunque sería todo muy extraño claro, así no se hacen las cosas, decidir su vida por cuatro palabras y tres miradas intercambiadas en unas horas de autobús, cambiar de vida quizás por amor, pero también por dolor y por compasión, a saber qué historia podría haber tras eso, nos toca a nosotros imaginarlo, si elegimos que la historia termina, digamos, bien, mientras vemos al autobús alejarse hacia su destino...
... pero en realidad hay algo terrible en la vida del señor Gracias, tan amable y tan guapo, y es que a cada vez que sonríe y da las gracias, cada vez que es amable con una chica, parece que aquello podría ser una historia de amor, y en cierto modo lo es, es el señor Gracias de todas esas chicas que cruza yendo y viniendo en su autobús, el señor Gracias es como un sueño al que todas quieren y que quiere a todas, es todo corazón este chico, pero entonces, acaso puede querer más a una, acaso puede dejar de ser el sueño de todas para ser la realidad de una...
(Arigato-san, Shimizu)
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