domingo, 22 de febrero de 2015

y un gorro azul


De pronto la película se va a la playa. Una playa ventosa, gris y hermosa de un mar del norte.
Aparece otra historia, una vieja historia, toda una novela, el primer amor, la pasión pasada, todo eso con lo que se hace llorar y rabiar, todo eso con lo que se hacen obras de teatro llenas de cadáveres en el armario.
Pierrot y Anna se quisieron y aquello era la pasión y por alguna razón no funcionó y ella huyó del callejón, huyo de Bicêtre al mar del norte e hizo otra vida con otro hombre y tuvo un niño y a veces lamenta el pasado pero ya no tanto, porque los días en el mar del norte no son monótonos, no, porque el cielo cambia sin cesar.
Es el viejo teatrillo de los antiguos enamorados, de los antiguos amantes, ya lo hemos visto otras veces, con sus reproches y sus complicidades, con sus recuerdos y sus habitaciones de hotel. Aún así es bonito. A veces las viejas historias, los viejos trucos, funcionan, sobre todo si llegan así, de improvisto, con viento y mar en medio de otra historia, punto de fuga de los amores de Pierrot y la farmacéutica.
Es el viejo teatrillo y funciona, una vez más funciona, quizás sea porque los viejos trucos siempre funcionan, o quizás sea otra cosa, un gesto inesperado, la torpeza del hombre intentando ser majo con el niño o la belleza nada novelesca de la mujer o quizás sea ese gorro azul, sí, qué idea un gorro azul en medio de la vieja historia, qué idea el gorro azul recortado contra la belleza gris del mar del norte, quizás el cine sea también esto, escribir la novela de siempre y que suene única, única pero reconocible, y recortar la novela sobre el mar del norte, y hacer los movimientos justos con la cámara, como en los melodramas, y los actores, y todo eso, y luego, cuando ya está el cuadro completo, cuando ya todo parece perfecto, añadir un gorro azul.

(Corps à coeur, Paul Vecchiali, de nuevo)

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