Empieza como
una película de género que puede recordar a las películas que por esas fechas
rodaba Brian de Palma y después va avanzando sin atenerse a reglas, sin atenerse a método, con
momentos inolvidables como la secuencia en que vemos a Emile trabajando en el
mercado, desmontando los puestos al final de la tarde, después unos planos de
la noche y entonces la bella escena del encuentro entre Emile y una mujer en unas
escaleras. Ellla sube, él espera; ella sonríe, él también. Solo después
comprenderemos por qué Emile ha sonreído y no ha pasado al acto pero no importa
porque el cine de Vecchiali va más rápido que la mente, va a la velocidad del
corazón, sigue el curso sinuoso de la vida.
Una habitación. Un niño de 36 años.
Una foto de su madre. El principito. La enfermedad de la dicha. Están esas
mujeres que sufren, que lloran y que Emile estrangula unos minutos antes de que se suiciden con su bufanda de punto blanca, esas mujeres que Emile estrangula como si las acariciara. Pero también están todos los otros, criaturas de la noche, anónimos, hombres o
mujeres, la soledad, los bares de la periferia, el fracaso. ¿Se puede salvar a
todo el mundo? La chica, interpretada por Eva Simonet, es quizás su alma
gemela, la que hubiera podido salvarle a él si no fuera porque es ya demasiado
tarde. Pero justo antes de morir él le pregunta a ella: ¿Me quieres? Sí. Dímelo entonces.
Te quiero. Qué niña más extraña debiste ser.
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