Pablo había desaparecido. Le pasaba de cuando en cuando pero esta vez duraba más de la cuenta. Yo estaba preocupado. Todos lo estábamos. Le pregunté a Ana si sabía dónde estaba pero ella no sabía nada. Le dije que era una lástima, que él nos habría aclarado sobre el misterio Diagonal. Hubiera podido decirnos por qué Simone Barbès era una gran película, por qué Treilhou y Guiguet eran tan importantes. Es verdad, estábamos allí como dos lelos, un lelo y una lela mejor dicho, preguntándonos por qué echábamos tanto en falta a Jean-Claude Guiguet, al delicado Guiguet, sin encontrar nada más que respuestas sentimentales. Pablo lo habría sabido. Me lo estoy imaginando. Aquí llega. Guiguet es la elegancia inquieta, habría dicho. Sin él, habría añadido, Biette no cuenta. Nosotros nos habríamos reído. Le habríamos preguntado por qué. Habría dicho que un Jean-Claude no cuenta, que hacen falta siempre dos. Habría dicho que uno tenía las cualidades que al otro le faltaban y viceversa. Que entre ellos dos eran el cine. Pero Pablo no estaba aquí, había que arreglárselas sin él.
Toda Simone Barbès está en los ojos de Michel
Delahaye, dice de repente una vocecilla. Es Manuel. No le habíamos oído llegar.
Michel Delahaye, digo, es el mejor actor mudo del cine sonoro. Se me quedan
mirando los dos fijamente. Un raro silencio se instala entre nosotros, una
mezcla de incomodidad y de religiosidad de otro tiempo. Podríamos estar en una
de Grémillon, sería lo mismo, creo. Michel Delaye hubiera estado perfecto en
una de Grémillon, dice de pronto Manuel tras una eternidad de iglesia, en la
Petite Lise por ejemplo. También estaría muy bien en una de Grémillon con
Madelaine Renaud, dice Ana. Mejor incluso que Vanel; mejor que Gabin, añade
Manuel. Definitivamente, qué tipo más extraño. Piensa igual que yo.
(Louis Skorecki, 2005)
Muy libre la traducción. Ay, el bigote de Delahaye...
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