Les belles manières es la película más violenta de la historia del cine.
De una violencia, claro está, ya no latente sino en fuga, en fuga irreversible
hacia el pasado y hacia el futuro. Violencia insoportable de todo lo que no
vemos, violencia detrás de los gestos aparentemente más dulces de la parte de
Hélène. Y es que, como decía un poema de César Vallejo, el yantar de estas mesas así, en que se
prueba / amor ajeno en vez del propio amor, / torna tierra el bocado. No se puede ser más lúcido, más implacable
con menos elementos, apenas dos personajes, dos cuerpos: Hélène y Camille. No
hace falta que suceda nada, nada en concreto que desencadene el final. Guiguet
será mejor cineasta, tendrá una mirada más amplia, en Le mirage o en Les passagers,
pero de Les belles manières uno no
sale, no puede salir, indemne. Y las lágrimas de Camille en la noche y unos
bombones tirados al wáter y el rostro del plano final de Hélène
Surgère se quedan grabados para siempre en la memoria, como la cicatriz en el
rostro de Camille, como las heridas incurables de la infancia, como las duras
reglas de la sociedad.
lunes, 2 de diciembre de 2013
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario