No es Buñuel un autor de películas redondas, de películas totales. Con una excepción: Él, su película más precisa, más rigurosa, su película mejor dirigida. Tal vez también El ángel exterminador, pero por otros motivos, como puro objeto cinematográfico, objeto irreductible cuyos sentidos o variaciones pueden multiplicarse hasta el infinito.
El resto de su obra se caracteriza
por la imperfección, la tosquedad, momentos de emoción increíble, momentos cuya
lógica es la de los sueños (¿Pero sabemos en realidad qué lógica tienen los
sueños? Cuando recordamos un sueño, cuando contamos un sueño, ¿contamos
realmente el sueño que tuvimos?), momentos de cierta dejadez, incluso de desprecio
formal.
Hay una película de Buñuel que a mí
me gusta mucho, es de 1952, está rodada en inglés y se llama Aventuras de Robinson Crusoe. Se ha
hablado mucho de la humanidad de Buñuel. La humanidad de Buñuel se puede encontrar
en sus películas, por supuesto, y también en su sentido del humor. Porque Buñuel no es
un inventor de fórmulas brillantes como sí lo es por ejemplo Dalí, sino que utiliza
el humor para expresar algo que le sale del alma, que es verdadero y honesto y
que no puede expresar como artista porque sabe que nadie puede estar seguro de
nada y en ningún momento pretende engañarnos.
Es por esto quizás por lo que Buñuel
sigue siendo el más grande. No nos engaña. No nos promete nada. Por eso sus
películas pueden acompañarnos durante mucho tiempo.
Pero quería hablar de Aventuras de Robinson Crusoe: He dicho que me gusta mucho pero no he
dicho la verdad: la verdad es que es la película suya que yo prefiero. Quizás
porque Buñuel, perdido en el océano, perdido en una lengua que no es su lengua
materna (que ni siquiera es su segunda lengua), lejos de todo, de los
surrealistas, de los amigos de Madrid, por primera vez no filma para sus amigos
(qué plano le gustaría a Breton, qué plano le gustaría a Alberti...) sino que filma las cosas como si las viera por primera vez.
Pero no sólo es eso: creo que es en esta película donde queda más patente la humanidad de Buñuel. El aprendizaje de la vida, la muerte del perro, el encuentro con Viernes, la ausencia de mujer, hasta el sueño (tosco pero cervantino) están rodados con una profunda emoción y sobre todo, sin idealizar nada, sin falsas promesas de un mundo mejor. Para mí va más lejos que Renoir, Chaplin o Rossellini en esa manera de estar directamente con las cosas, de filmar al ser humano tal como es con sus contradicciones, sus alegrías y sus miserias.
Esto no quiere decir que no me gusten
el resto de películas de Buñuel. Al contrario. Hace que aún me gusten más.
Porque Buñuel deja sobre todo una obra, es el autor de una obra más que de películas sueltas.
Tristana,
por ejemplo, es otra película inclasificable. Una película cuyo argumento casi nadie
puede resumir y que sin embargo deja una huella imborrable tanto en cinéfilos
como en no cinéfilos. Sin embargo, y esa es su virtud, es la película de Buñuel
en la que menos cosas suceden y en la que menos escenas surrealistas aparecen. ¿Recordáis
lo que hace Fernando Rey cuando se entera de que Tristana está de vuelta en la
ciudad? Las manos se le van hacia las peladuras de naranja que están sobre la
mesa. Momento de pura emoción, irracional, indefinible. ¿Y cuando Tristana le rechaza la noche de su
boda? Se va lentamente hacia el brasero, a calentarse.
Hay, entre los cineastas modernos, un heredero de Buñuel, alguien que sabe que no se puede saber nada o casi nada y que no pretende engañarnos. Sus películas también son a veces toscas e imperfectas, incluso formalmente descuidadas. Nació en Corea del Sur y lo que nos deja se va pareciendo cada vez más a una obra.
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