jueves, 6 de diciembre de 2012

Alzo mi vaso vacío a tu salud, Holy Motors





- Al pensar en Holy Motors, al pensar en ella por comparación, me vienen a la cabeza, instintivamente, películas que en realidad conozco mal o vi hace mucho tiempo: Un rey en Nueva York, Playtime, Smorgasbord. Películas de la multiplicación de situaciones y de hilos, películas retrato de un tiempo, películas de cómicos. Sólo los cómicos hacían, o hacen, películas tan deshilvanadas, donde el protagonista es, en el fondo, la época, la época presente y a menudo la época porvenir, porque los cómicos tienen voacación visionaria. (No, en realidad no sólo los cómicos, mira Fellini. Ya, pero Fellini en realidad es un cineasta cómico.) Películas además que anunciaban la tele, que eran ya la tele. Entonces ¿Es Holy Motors una película de tele?

- Películas de cómicos, era lo que quería decir, y sin embargo Holy Motors no tiene, me parece a mí, mucha gracia. Si hasta los personajes lo dicen. Tenemos que intentar reírnos de aquí a los próximos veinte minutos. (O algo así.) Y se ríen, siniestros se ríen sin la sala. No, Holy Motors no es una película graciosa. Entretenida sí, y mucho. Pero graciosa no. La sala en la que la vi estaba casi vacía, pero puedo imaginar que sea una de esas películas donde los espectadores ríen a destiempo, ahora uno allí al fondo, ahora otro aquí en primera fila. Una risa incómoda, hecha de incredulidad, de desconcierto. Una válvula de escape.

- Tampoco es que las otras películas de cómicos en las que pensé sean películas en las que uno se ríe mucho. Es más, a veces uno acaba aterrorizado. No descarto tener un día pesadillas directamente salidas de Smorgasbord. Y en Holy Motors hay momentos en los que uno (bueno, yo), se pregunta si se tiene que reír, si aquello es un chiste, por ejemplo la escena con el fotógrafo en el cementerio. Parece de risa, pero no me hace reír. Y al mismo tiempo esa energía suicida de quién se lía a inventar chistes sin gracia me emociona terriblemente. Porque no comparto la risa de pronto siento el terrible esfuerzo de hacer reír. (¿Os acordáis de Gena Rowlands en Love Streams, cuando sueña que tiene que hacer reír a su ex-marido y a su hija? A menudo pienso en esa escena. Y tengo ganas de ver una película de Matsumoto, cineasta que desconozco por completo, Saya samurai, que tiene pinta de tratar de eso, como un desarrollo de aquella escena de Cassavetes.)

- ¿Y Denis Lavant? ¿Es la interpretación de Denis Lavant una gran interpretación? Bueno, sí, lo es, desde luego que lo es. ¿Eres capaz de recordar un solo gesto, un sólo instante de su interpretación? Quizás no. Recuerdas las figuras que crea, pero ningún instante en concreto. Bueno, quizás un gesto de las piernas en la cueva. Recuerdas la forma general, no el detalle. Sin embargo los detalles de Denis Lavant eran memorables en anteriores películas de Carax. Y desde luego su modelo, Lon Chaney, más allá de la caracterización, era memorable en el gesto y el ritmo. (Hace años que la vi, pero no puedo olvidar su risa y su desmayo en The Unknown.)

- Preferir lo que se dice preferir, suelo preferir las películas en las que lo memorable es el detalle. Digamos Sally Forrest en las películas de Ida Lupino. El viento pasa por ella. Vibra. Pero dicho esto, la película de Carax me conmueve, y Denis Lavant en ella. Me conmueve, en parte, como imagen del esfuerzo. Lo que sostiene la película no es el detalle, no tiene tiempo de encontrar, necesita inventar. Así que inventa. Desesperadamente. Chistes que no desorientan a la poesía. Chistes que no acaban de ser chistes. Por sí sólos los instantes, diría yo, que no soy nadie, no viven. En su conjunto, en la acumulación, en la necesidad de seguir constantemente subiendo la barra, sí conmueven, sí dan la imagen de un hombre.

- De la obligación de inventar. No puedes imaginar a Carax filmando año tras año, a la Rohmer o a la Hong Sangsoo. O incluso a la Godard. Porque cada película necesita inventar su territorio, desmarcarse de las otras, subir la barra. No hay aquí ninguna ligereza, ninguna invención del instante. Esto requiere esfuerzo y ese esfuerzo alcanza aquí un punto culminante. Cada escena tiene que reinventar el territorio. Cansancio del hombre. Cansancio del trabajo. O quizás angustiado deseo de comprobar que se está vivo, que alrededor siguen existiendo el espacio y el tiempo, que el juego no se ha acabado.

- Y los dos últimos chistes, el de las limusinas parlantes, pero sobre todo el de los monos, me conmueven. ¿Por qué los monos? ¿Por qué de pronto me parecen lo más evidente e inevitable de la película? No lo sé. Lo seguiré pensando. Quizás encuentre una respuesta. Quizás la sueñe. Entonces, intuyo, me acompañará durante un tiempo. Una pregunta que te acompaña, tampoco es mal bagaje al cabo de una película.

- Pero esto son apuntes y no voy a terminar con una conclusión, sino con una pregunta: ¿Y programar Holy Motors en compañía de alguna de Monteiro, o en compañía de todas aquellas en las que aparece Joao de Deus? ¿Qué pasaría, eh?

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