martes, 3 de noviembre de 2009

Tragedia enlatada, pensando en Yuma, Fuller en aceite

De nuevo reivindicar, contra todo tiempo presente, a favor de todo tiempo por venir, el retorno del teatro.
Yuma, La carrera de las flechas, de Samuel Fuller, el más moderno de los westerns, visto al fin el otro día, en la pantalla del ordenador.
En el corazón de esta película el problema de la identidad, de la pertenencia o no a una nación. Y dos signos de esa pertenencia: la insalvable brecha del código moral, aceptar o no el juicio de las flechas, y la brecha del idioma. Hablar la lengua del hombre blanco o hablar la lengua de la tribu, Siux.
El protagonista junto a su amor indio. Ella: qué bien hablas Siux, no lo haces cómo un hombre blanco. Y él responde, y siguen hablando. Hablan en inglés. Las dos lenguas, la del hombre blanco y la del indio son representadas en inglés.
La india es, por cierto, Sara Montiel.
Y por lo que he leído, parece ser que el actor protagonista, que interpreta a un soldado de la confederación, tiene un fuerte acento irlandés que no corresponde con su personaje.
Entre los indios está Charles Bronson.
Todo es convencional en esta película, es decir que su realismo es el de una convención más que el de lo naturalista o lo verosímil.
Y sin embargo todo es verdadero.
Y sin embargo es uno de los westerns en los que más se siente la materia, dónde los rostros de los indios, aún maquillados, parecen más reales, porque parecen hechos de la misma materia que la tierra que los rodea.
Es a un tiempo una película teatral e hiperrealista.
Es también una suerte de parábola, una construcción en torno a la idea de pertenencia o no a una nación. Algo así como el relato del cautivo de Borges. Antes de ver esta película no pensaba que ese tipo de relato, con una línea tan clara, portadora de una idea, pudiese darse en cine.
Es una película sobre una idea, y los actores hablan de ella, en largas secuencias, a menudo con largos monólogos, frente a espectadores o con el coro detrás. A menudo en largos planos donde los actores hablan casi frente a la cámara, sin que el plano pierda por ello su fuerza plástica.
Es teatro, es una tragedia, con sus parlamentos, con su trama que liga ideas, valores y vida de los personajes.
Palabras en torno a la pertenencia y gestos. ¿Lucharías contra el hombre blanco? ¿Cuál es tu dios?
Algo así como un arte noble hecho con el barro y el polvo del presente del rodaje. Tan moderno como Pasolini, en el que he pensado viendo el corte brusco a algunos rostros de indios, quizás falsos, quizás maquillados, pero que por una extraña paradoja parecen planos documentales, como los italianos del Evangelio son la más viva imagen de la Palestina del año 33.
Bajo el cielo del presente, a la hora del encuentro con “ellos”, abrir una lata de teatro en aceite.

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