miércoles, 11 de noviembre de 2009

Lisboa no es una ciudad rusa o Si arde París yo me fumo un cigarrillo

(Aviso, esto no es una crítica ni un análisis, es una rabieta feliz y sonriente.)
He visto esta noche La religieuse portugaise, nueva película de Eugene Green, película con mensaje y película sobre la felicidad, película bella.
A mi alrededor el público intelectual parisino se reía de la película, contra la película. Se reían por lo bajo, con deje de superioridad. Una lástima, porque la película es divertida, y si se hubiesen enterado habrían podido reír por lo alto, con felicidad y humildad.
Esto es un problema serio. Ya no se puede trabajar en cine con el registro, las infinitas modulaciones entre lo serio y lo ligero, entre lo divertido y lo trágico, entre lo místico y lo carnal.
Gritaba Straub en el Cinéma des Cineastes, hará tres años, que Juventud en marcha era por momentos una película divertida, que nos podíamos reír, como con las novelas de Kafka, y que si no nos enterábamos de eso es que estábamos muy mal.
Estamos muy mal.
(Ay alma mía, que estamos muy malitos del alma.)
Green sostiene en todo momento varios registros, con la mayor ligereza nos conduce a una reflexión sobre la existencia. El problema parece ser que en todo momento son posibles la sonrisa, la emoción y la reflexión. Suceden al mismo tiempo. Coexisten pacíficamente.
Por ello, tanto como por su mensaje, La religieuse portugaise es una película militante. Por no aceptar ser encerrada en un solo registro. Por sonreír apenas y seguir a lo suyo.
Cada momento de la película tiene una plenitud en sí y en relación con los otros.
Por poner un ejemplo de la riqueza de la película, yo diría que un fado del principio de la película, quizás la letra sea de Pessoa, quizás no, dice algo así como “la felicidad es ser aquél, pero aquél no es feliz, porque se siente con lo que es, no con lo que soy yo” es una teoría del espectador ante el inicio de la película, la felicidad parece ser eso que vive Leonor Baldaque paseando por Lisboa, la felicidad parece esa ciudad, pero el personaje y la ciudad no son el espectador, no se ven desde dentro del espectador.
Y al mismo tiempo esta idea de buscar la felicidad fuera, y que no puede encontrarse hasta el momento en el que ese otro que es feliz venga a ser uno con uno mismo, dos en uno, es algo enunciado literalmente en la conversación entre Julie y la hermana Joana.
Pero esto no es una crítica, ni un análisis. Esto es solo para señalar esta película militante de la coexistencia pacífica de los registros, de su multiplicidad en una misma película, una misma secuencia, un mismo instante.
Se puede andar y mascar chicle al mismo tiempo. (Prometo para un día de sol una reflexión teórica sobre el personaje de cine, la belleza y Leonor Baldaque. Se titulará Superfelices.)

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