viernes, 24 de abril de 2020

inmóvil



No sé bien qué decir. Quería hablar de este plano. De su intensidad. De la sensación extraña que tuve el otro día, al ver la película, de moverme hacia delante en el plano. El plano en realidad no se mueve. Está fijo. Dura y dura, más de tres minutos, pero está fijo. Y, sin embargo, yo tenía la sensación de moverme hacia ella.  Me movía hacia ella y al mismo tiempo no avanzaba. No podía alcanzarla. Era un movimiento inmóvil. La luz cae desde arriba, a la derecha, sobre el pelo rubio de ella. La pared, detrás, es de un amarillo irregular, por zonas más oscuro, por zonas más claro, casi una pintura abstracta, una tormenta inmóvil, una tormenta de Turner. El hombro y la cabeza del hombre cierran el espacio, encierran a la mujer entre el hombre y la pared. Todo sucede en una celda. Ella está presa por haber matado a un hombre. Se supone que intentaba defenderse de una violación. Está hablando con su abogado defensor. Este ha empezado a descubrir cosas que desconocía sobre el pasado de ella y que le hacen sospechar lo que nosotros sabemos desde el principio, que ella no disparó para defenderse, que ella disparó porque, por razones que todavía no acabamos de comprender, quería matar a ese hombre. Llevan un rato hablando. Se han movido por la celda. Le veíamos a él y la veíamos a ella. Unas veces uno, unas veces otra. Él ha estado a punto de irse, ella le ha retenido. Va a contarle la verdad. Se va al fondo de la celda. Él le habla desde la puerta. Habla contra ella. Habla de sexo. Habla con odio frío. Ahí empieza el plano. Él todavía no está ahí. Sólo ella, en silencio, aguantando, quizás, lo que él dice.  Palabras de él sobre el rostro de ella. Luego él entra en plano, hombro y cabeza. Entra en plano y pregunta (se tratan de usted): ¿por qué lo habéis matado? Ella empieza su historia. Cada vez que ella calla, él cuenta las partes que ella no va a contar, hace preguntas nuevas. Quizás sean las preguntas de él las que sean como un movimiento hacia ella, un movimiento que nos atrae y nos repele al mismo tiempo, porque como él queremos saber y al mismo tiempo su tono de abogado que no pierde las formas pero que odia y que se atreve a afirmar lo que ella no dice es difícil de soportar, estamos al mismo tiempo en un movimiento que quiere avanzar hacia ella y en otro movimiento que se defiende de las palabras de él. Hasta entonces hemos seguido la mayor parte de la investigación con él, como si estuviésemos en un extraño Tintín en el país de la Justicia, los pobres y los burdeles, pero aquí todo ese movimiento de él, todo ese movimiento que hemos hecho con él, viene a romper con violencia contenida y legal contra el rostro de ella, contra el aguante de ella entre el hombre y la pared, sin llegar a romperla. Quizás por eso ya no podemos ver el rostro de él. Quizás por eso el plano tiene que volverse una celda dentro de la celda, un lugar del que ella no pueda escapar más que aguantando, manteniendo, a su manera, su dignidad. Es un plano de una fuga, pero de una fuga en la inmovilidad. Una extraña manera de sentir con ella el encierro del momento y el encierro del mundo sin tampoco ponernos en su lugar. No podemos. Se nos tiene que escapar. Esa es la libertad del personaje. Es ella. No somos ella. No hay, creo, identificación. Sí hay, en cambio, la sensación de la violencia que aguanta. No nos ponemos en su lugar. Nos ponemos ante ella y, poco a poco, sentimos que ella es otra y que existe, ahí, entre el hombre y la pared, con la luz en el pelo, en pie, dura ante la dureza, tormenta inmóvil.
(L'ange noir, Jean-Claude Brisseau)

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