miércoles, 8 de abril de 2020

duda

A veces pasa que uno cree que ya sabe qué historia le están contando y se acelera y no se da cuenta de que en cierto momento la historia se desvió y ya no está contando aquello que parecía evidente, tan evidente que uno podía ir así, por delante de la historia, como un explorador que se las sabe ya todas y cree que nunca caerá en una emboscada y que, sin embargo, precisamente por eso, por sabérselas todas, o casi todas, va y cae en la emboscada y no le queda más que negar el error o, al contrario, reconocerlo, y, en cualquier caso, echar la vista atrás, aunque ya no sirva de nada, para intentar recordar el detalle o la pista que pasó por alto y que le habría permitido entender toda la situación de otra manera y evitar al emboscada. 
A veces pasa también que esa historia que se desvía no es una historia que nos están contando sino una historia que estamos viviendo nosotros mismos y que, a la par que la vamos viviendo, nos la vamos contando, como exploradores que, de nuevo, se las saben todas, equivocándonos cada vez más, alejándose cada vez más la historia que nos contamos de aquello que realmente estamos viviendo, hasta que de pronto la realidad y la historia se han distanciado tanto que a la historia ya no le queda vida ni aliento ni nada que la sostenga y ya sólo queda elegir la ceguera para seguir creyendo en ella o ver cómo se desvanece en el aire hecha polvo o hecha nada, apenas desconcierto. 
Quizás algo así pasa, y nos pasa, y les pasa a los personajes, en esta película donde hay al mismo tiempo emoción y retención y donde durante mucho tiempo sentimos que eso que se retiene es señal de la emoción misma, de la emoción que uno siente y expresa a pesar suyo, porque le desborda la razón y la timidez. Sentimos el vínculo porque a los personajes se les escapa a pesar suyo el deseo y creemos en él porque lo hemos sentido así, retenido, si es que alguna vez hemos creído, claro, en la realidad de los deseos contenidos. 
Entonces llega el final y nos entra la duda. Tanto los personajes como nosotros nos ponemos a dudar de si la pasión que hemos visto y sentido antes fue real. Lo terrible para los personajes (y lo terrible para nosotros en la medida en que podamos reconocer en lo que nos cuentan algo que alguna vez hemos vivido) es que al mismo tiempo hay que responder que sí y hay que responder que no. El presente de aquel amor fue real pero ha resultado no ser un presente tan fuerte como parecía, un presente capaz de perseverar. La prueba del tiempo ha ido haciendo irreal lo que quizás fue real y no sólo ha cambiado lo que ese amor es en el presente sino que ha cambiado también lo que ese amor fue en el pasado. Lo que vimos, quizás, no era lo que vimos, o, quizás, ya no lo es. La duda va devorando el pasado, va desvaneciendo su realidad. Nos quedamos sin la historia que nos habíamos contado. 
La imagen que vemos cuando al fin se cierra la historia, este hombre y esta mujer frente al mar, no corresponde con lo que la voz nos cuenta. O quizás sí. Es una extraña imagen que, de pronto, puede ser una ilustración de lo que dice la voz pero que también puede ser todo lo contrario. Una imagen que lo mismo dice separación que unión. Una imagen, también, que podría ser del presente que cuenta la voz o del pasado que se recuerda. Una imagen que es en sí misma una duda. Y quizás todo esto iba siendo no tanto la historia de una pasión como la historia de la duda que esa pasión iba tejiendo sobre la realidad que la rodeaba y, al mismo tiempo, sobre sí misma, sobre la vida que se vivía y la vida que se podría vivir. Al cabo lo más fuerte, el corazón de lo vivido, quizás no era el amor, quizás era la duda. 
(Une autre vie, Emmanuel Mouret)

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