sábado, 1 de septiembre de 2018

mu


Ahí delante hay un niño que duerme, ahí detrás hay tres adultos que comen fideos chinos, también hay un perro de juguete y el retrato de una estrella de cine, quizás recortado de una revista, una pared se alegra con lo que se puede, la casa en realidad es muy modesta, o más bien es pobre, es la casa del hombre a la izquierda y de la mujer en el centro, él es profesor en la escuela nocturna, ella se queda en casa, y a la derecha está la madre del hombre, la abuela del niño, que está de visita y descubre la pobreza en la que vive su hijo a pesar de todos los esfuerzos que ella ha hecho para que él pudiese estudiar y progresar y triunfar, así que en realidad esa comida con fideos chinos es una comida pobre y un poco triste, pero el niño parece que no nota nada de eso, el niño duerme, no para de dormir, a este niño solo una vez le oímos decir mu, e incluso entonces es muy de pasada, el resto del tiempo está silencioso y dormido, y no es que esté enfermo, no, no se dice nada de eso, a todos les parece normal este niño que casi nunca dice mu, este niño que nunca llora, la verdad es que hay algo que tiene gracia, una de esas gracias no muy graciosas, hay un amigo que les regala un dibujo de una especie de monstruo, un dibujo que hay que poner en la pared cabeza abajo, dice que es un truco más o menos mágico para que los niños no lloren, y ellos lo ponen en la pared, pero la verdad es que no les hacía falta, ahí los que lloran a menudo son los adultos, pero el niño nunca, casi dan ganas de que hubiesen puesto el dibujo del derecho, a ver si así el efecto era inverso, a ver si así el niño por fin lloraba un poco, dan un poco de angustia los siempres y los nuncas de esta película, el niño nunca llora, el niño siempre duerme, pero es que además esta casa pobre está junto a algún tipo de fábrica o de máquina que hace un sonido regular y permanente, un sonido que siempre está ahí, día y noche, por eso el alquiler les cuesta tres yenes menos, en tres yenes menos se mide el vivir con un sonido que te martillea la cabeza noche y día, un sonido al que supongo que uno quiere creer que se acostumbra, que se ha acostumbrado, y que no pasa nada, pero no es cierto, si te has acostumbrado es que algo pasa, algo malo, la costumbre se lleva cosas por delante, no es inocente, y la pobreza aquí está hecha de cosas así, de sonidos permanentes, la madre en su pueblo trabaja en una fábrica de seda y allí está el sonido permanente y regular de las máquinas de hilar, qué terrible sincronía la de esas máquinas moviéndose a la par mañana y tarde, día tras día, año tras año esa repetición, como mucho cambian las máquinas, se hacen más modernas, pero lo esencial, ese giro y giro, sigue, parece que nunca parará, como no parará el ruido junto a la casa, como no llorará el niño, como le parece al hombre que nunca podrá vivir ya de otra manera que junto a ese sonido, dando clases en la escuela nocturna, una escuela que está junto a un bar cuya luz intermitente llega hasta el aula mientras él da clase sin ganas, quizás sabiendo que no sirve para nada aprender, le basta mirarse a sí mismo para saberlo, quizás piense que en el fondo está engañando a sus alumnos que dedican sus noches a aprender matemáticas, está ahí pensativo, o más bien deprimido, junto a la ventana, dando sobre él las pulsaciones de la luz del bar, la verdad es que es como un latido, es como vivir sintiendo y oyendo cada latido de corazón, la máquina esa que llevas ahí dentro, como si el cuerpo fuese también una fábrica, una fábrica cansada con ese latir repetitivo que no se va a parar, que no se puede parar, aunque a veces pasa, claro, que el corazón se acelera, a veces suceden cosas que no son el siempre y el nunca, suceden excepciones, algo así pasará en la película, algo que sigue siendo la pobreza pero que es el momento excepcional dentro de la pobreza, un momento de libertad, un acto posible que es otra cosa que la repetición día tras día de lo mismo, la ocasión de poder algo, un momento que quizás pueda cambiar lo que queda por vivir, quizás no, pero no de manera directa, sino de manera indirecta, haciendo sentir que salirse del siempre es a veces posible, quizás pueda volver a serlo, al fin al cabo, además, casi sin que nos demos cuenta, el niño, brevemente, ha dicho mu. 
(El hijo único, Yasujiro Ozu)

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