sábado, 21 de enero de 2017

todos y cada uno



La mujer que está a la derecha, con la luz sobre el rostro, el pendiente que brilla, está intentando seducir al hombre que está a la izquierda, con su chaleco, su camisa a cuadros, su pantalón a cuadros, que no quiere, no, que le intenten seducir, que tiene miedo de ella, que tiene miedo de sí mismo, y todo esto lo ve la chica que está al fondo, borrosa, con su sombrero y su chal, vestida como para ir a misa, que no quiere que pase nada de lo que está pasando, que venía para estar a solas con el hombre, que venía para no sentirse borrosa, y, aunque no lo parezca por la imagen, nosotros, a estas alturas de la película, sentimos más o menos lo que siente ella, la chica del chal, no queremos que la otra mujer esté allí, no queremos que el hombre se deje seducir, y ya esto es asombroso, sentir lo que siente el personaje desenfocado, ver con la mirada dolorida de quien se va quedando borrosa.

Al poco rato, el hombre y la mujer ya se habrán alejado de la chica borrosa, el intento de seducción seguirá su curso, y ahora estaremos, un poco, de parte de él que resiste, hasta que de pronto la mujer diga una frase, respondiendo y como rimando con otra de él, no soy más que una pobre chiquilla de Saint-Brieuc y la amante, es cierto, de un tabernero de pueblo, pero hay en mí una costumbre que procuro conservar y es la de tener el valor de hacer lo que deseo, y cuando dice esa frase el ritmo de su voz cambia, la música tras ella también, y sus ojos brillan, y de pronto, en apenas un instante, estamos con ella, vemos la escena con ella.

En la escena siguiente estaremos con la borrada chica borrosa (que además es, no lo podéis ver, un poco jorobada) y en la siguiente yo diría que estamos casi con el tabernero de pueblo y que no hay en la mujer nada del brillo que había poco antes, y así es toda la película, así es Grémillon, como un malabarista capaz de mantener vivos y en el aire a todos sus personajes, capaz de comprender a todo el mundo, de sentir con todo el mundo, manteniendo en el aire a cinco personajes que viven cada uno la historia desde su propia soledad, desde sus propios miedos y deseos, cambiando en apenas una frase, en apenas un plano, del deseo de uno al deseo de otro, permitiendo que todos brillen y que todos asusten, con unas miradas que auguran que algo malo acabará por pasar, que el deseo o el miedo de alguno de ellos llegará a ser demasiado fuerte como para que esta historia no acabe mal, no acabe en muerte.

Hay algo muy emocionante en acompañar a cinco personajes sin que ninguno de ellos llegue a ser secundario, sin que dejemos de ver que cada uno siente lo que sucede desde sí mismo, viendo cómo coexisten decepciones y felicidades, cómo hay decepciones nacidas de felicidades ajenas y cómo los amores nunca acaban de volverse paralelos, nunca acaban de sincronizarse en una misma felicidad, en un mismo deseo.

(Y quizás cierta decepción que sentí en los minutos finales sea porque la película, de pronto, abandona sin más el destino de uno de esos personajes, el joven Maurice, no sé, de pronto el mundo se queda como pequeño y todo es bello pero no es ya el mismo vértigo, no se dan, como por ejemplo al final de Le ciel est à vous, todos los sentimientos, terror y alegría, soledad y amor, al mismo tiempo, en un mismo gesto.)

Y ahora recuerdo otra película de Grémillon, El 6 de junio al alba, un documental rodado en Normandía tras el desembarco, donde también se alcanzaba a ver un acontecimiento, el desembarco, desde puntos de vista que coexistían, donde se veía el mapa de la guerra y también se veían sus ruinas, su tierra revuelta, su tierra deshecha, sus supervivientes, se veía el mapa y la tierra que ese mapa representa, se veía el bombardeo desde el cielo y la tierra después del bombardeo, arriba y abajo, abstracto y concreto, lejos y cerca, y cada una de esas miradas tenía su tiempo, cada una de ellas tenía su comprensión, en el mapa se veía el avance en todo su detalle táctico, pueblo a pueblo, ciudad a ciudad, y cuando al final la marca blanca de los aliados se extendía como una rama, o como raíces, sobre el mapa de Francia, uno sentía algo de aire que le entraba en los pulmones, ese mapa no era nada más un mapa, esa abstracción no era nada más una abstracción, sabíamos que era algo más, lo sentíamos, se nos había dado el tiempo de ver de veras con esa mirada lejana del mapa, con esa mirada lejana de la táctica, antes de ver con la mirada cercana de la tierra, antes ver las ruinas, de oír las voces de los que habían sobrevivido bajo las bombas, de los que habían tenido valor allí en la tierra y también el silencio de los que habían muerto, de lo que quedaban apenas unas palabras en cruces de madera, como si para Grémillon lo que el cine puede fuese el hacer ver y sentir al mismo tiempo varias vidas, varios mundos que viven juntos en este.
(Pattes blanches, Jean Grémillon)

1 comentario:

  1. Todos los que hemos visto películas de Grémillon hemos sentido esto que ahora tú tan bien has escrito. Esa mirada amplia, atenta a todo y a todos, que nunca juzga o condena.
    Quitad los peores tics de Bresson, que los tiene, quitad los peores tics de Renoir, que los tiene, quitad los peores tics de todos los demás: tal vez nos quede, solo y libre, Grémillon.


    Manuel Peláez

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