martes, 24 de enero de 2017

la llave de la número tres

Y así, pensando en los personajes de Grémillon que son como personajes hechos para vivir al fondo del plano, para vivir borrosos, y que de pronto vienen al primer término, con sus deseos, con sus miedos, el tiempo de alegrarse un poco, de sufrir otro poco, he recordado una canción que muchos han cantado, que cantó Edith Piaf, que cantó Gino Paoli, aquella de la camarera Edith, del camarero Gino, que trabaja en el bar de un hotel por horas y que ve llegar a una pareja linda, joven y feliz, una pareja que pide una habitación que resulta no ser para hacer el amor sino para morir juntos, una canción que podría ser como el monólogo interior de uno de esos personajes del fondo del plano de una de esas películas donde todo el mundo parece tener su vida, parece tener su historia, aunque no sea más historia que la de haber sido testigos de las historias de los otros, la de haber sido sensibles a las historias de los otros, la versión en italiano lo cuenta aún más lindo, no describe sentimientos como lo hace la versión francesa, se limita a la historia de los dos enamorados suicidas contada por el camarero y al final dice algo que es apenas una nueva costumbre, una nueva manía:
yo seré un cretino, 
pero quién sabe porqué 
no me sale darle a nadie
la llave de la número tres
Algo que podría ¿verdad? ser un plano de una película, un gesto que de pronto revela la profundidad de un personaje que creíamos plano, como si estuviese ahí simplemente para dar las llaves, para cambiar las sábanas y de pronto descubriésemos que hasta en ese simple gesto de dar una llave, de elegir una llave y no otra, pudiese haber toda una historia, pudiese haber una emoción o un dolor al que no se le puede acabar de poner nombre, que está vivo precisamente porque no se le puede acabar de poner nombre, apenas se puede contar que no, ese camarero ya nunca da la llave de la número tres.

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