Un cuento de Ramuz en el que a menudo pienso por esto o por aquello, y del que a menudo hablo, a cuento de Guiguet o de Grémillon o de Borzage, por ejemplo:
Cuando
supo que había muerto, no se asustó, a causa de la belleza de las
cosas a su alrededor, porque estaba en una gran iglesia, como la de
su pueblo, y adornada toda, con ramos en el altar como en el día del
corpus : y se sintió al contrario feliz, se sintió ligero, ya no le
pesaban los pies, tan cansado antes, y arrastrados por la vejez :
atravesó la iglesia, se sentó en un banco ; y a todas las gentes
que allí estaban le parecía reencontrarlas, y no verlas por primera
vez, vestidas como en su tierra, y sólo su aire había cambiado ;
-se sentó pues, y rezó ; luego, al levantar la cabeza, vio a Marie,
Marie que también estaba allí.
Cerca
de él, en el banco de las mujeres, y que rezaba también, sujetando
su rosario, haciendo deslizarse las cuentas entre sus finas manos,
-él la reconoció enseguida por la belleza de su rostro, que sin
duda le había sido devuelta, no siendo ya como la había visto en el
día de su muerte, sino fresca de nuevo, con las mejillas redondas,
su boca roja, sus grandes ojos.
Escuchaba
leer en el Libro, y el canto, con el órgano que sonaba suavemente, y
parecía manar de las paredes, como si se hubiesen fundido en música.
Miraba el Libro, miraba el Trono ; sentía calidez en el
corazón.
Miraba
a Marie, escuchaba sonar el órgano, todo era tan suave que tenía
como un sabor dulce en la boca ; y no sentía impaciencia por ella
como la habría sentido en la tierra : dejaba hacerse las cosas y era
todavía para él como una nueva dulzura : contemplaba a Dios cara a
cara, con Jesús junto a él y junto a Jesús la Madre
arrodillada.
Cuando
la misa hubo terminado, fue a Marie. Le habló naturalmente. Ella le
dijo : « Saludos, amigo de mi corazón . » Pero ella no tocó su
mano. Tomaron parte en la comida celeste. Había las mismas casas que
abajo, donde están las verdaderas casas de los hombre. Entraron
juntos en una pequeña casa, encontraron allí a la madre de Marie,
que los recibió diciéndoles :
-
Sed felices y probad el pan fresco.
Fueron
felices, probaron el pan fresco. Y, pasando ante el espejo, él no se
sorprendió de no verse ya con su figura arrugada, su áspera barba
gris, y el ojo izquierdo que le faltaba, sino con dos ojos, bien
afeitado como en una mañana de domingo, -porque su vejez había sido
quitada de él. No se sorprendió, no más que del resto. Y Marie
tampoco; de hecho no se buscaban con la mirada, estando juntos, lo
cual les bastaba; no se callaban, como en el otro amor, - ni hablaban
demasiado, como en el otro amor, donde no hay término medio;
hablaban un poco, como todo el mundo; había una imagen roja, y
debajo un jarrón y flores, con cortinas blancas en las pequeñas
ventanas y sobre la mesa un tapete de ganchillo; él miraba la
imagen, le decía a Marie:
-
¿Es una imagen tuya ?
Ella
le respondía :
- Se
ve la oveja blanca, con el pastor cerca de la fuente ; y han
encendido un fuego.
Entonces
la vieja hizo café, que fue bebido, bebieron los tres a la mesa ;
hecho esto Marie le preguntó :
-
¿Vienes a dar un paseo ?
Él
dijo :
-
Iré contigo.
Salieron
juntos ; subieron el camino, yendo de a dos por el camino. No
había nubes, todo estaba ordenado y suave ; ¡y ese pueblo era
el suyo ! Sin embargo era muy diferente, por la limpieza de las
calles, del pavimento, de las ventanas bien lavadas, de todos esos
tejados bien reparados y con placas de tiza nuevas, que veía
apretados y agrupados alrededor de la iglesia, donde de pronto las
campanas sonaron, y palomas blancas volaron desde el campanario.
Nunca el sol había sido tan claro ; sin embargo no hacía un
calor como para sufrir. Y, yendo por los prados con Marie junto a él,
los nombraba por su nombre ; sin embargo no eran ya los mismos ;
y buscando el porqué, se dio cuenta de que todas las piedras habían
sido retiradas, los lugares antes rocosos y con matorrales habían
sido labrados, de tal manera que había por todas partes una tierra
negra y fértil, donde la hierba crecía más alta y más dura, y
nunca había visto trigo tan bonito, - mientras que en las acequias
corría un agua pura, en la que brillaban y se movían pequeños
redondeles de sol. Entonces las palomas giraron dos veces sobre él,
y luego cayeron como nieve sobre los sauces al borde del estanque.
Cogía
la mano de Marie, subía con ella, y bajo ellos la tierra estaba
blanda y lisa como una alfombra, nada dura para los pies, sin piedras
con las que tropezar ; los matorrales en flor olían a gavanza y
a esa menta a la que le gusta el agua ; pasaron cerca del
molino, entraron en el bosque, atravesaron el bosque, llegaron al
claro, y el día lucía allí, aplicado por capas a las ramas de los
pinos, mientras que los troncos estaban rojos, con manchas de sombra
azul. Pasaron el claro, entraron en le bosque ; habiéndose
arrodillado junto a una fuente, le dio de beber a Marie en el hueco
de sus manos ; ella sonreía frente a él, y las pequeñas gotas
que rodaban de sus labios brillaban en su barbilla ; él cogió
una flor que enganchó en su blusa ; continuaban de frente, sin
preocuparse por seguir los caminos, llegaron así hasta los pastos.
Y, a cierta distancia, había como una colina puntiaguda desde la que
se descubre toda la región, y el espacio bajo uno, con el pueblo y,
más abajo, el gran vacío del valle ; fueron sobre la colina,
se sentaron allí el uno junto al otro.
La
tierra era extensa y reposaba en la luz ; había sobre ella paz
, y lentamente se extendían los prados, que se hundían, hinchados
por lugares, alzando al cielo un árbol redondo ; lentamente se
alejaban hileras de campos de colores diferentes ; los glaciares
puros brillaban en lo alto de las montañas ; y, una vez más,
sentía que todo eso lo había visto siempre y siempre lo había
tenido a su alrededor, pero al mismo tiempo todo había cambiado ;
y buscaba la razón, sin llegar a encontrarla.
Todavía
tenía cogida la mano de Marie y esa mano ella se la había
entregado, de tal manera que jugaba con ella, deslizando sus dedos
entre los pequeños dedos, fresca de coger esa mano ; se
imaginaba que siempre sería así, sin que nada viniese a
interrumpirles, porque ahora todo duraba y no se imaginaba ya fin
para cosa ninguna. Sintió de pronto un gran vacío hacerse en él.
Primero
ignoró el porqué. Luego, ¿era un recuerdo de la tierra, que apenas
acababa de dejar ? Pero, vuelto hacia Marie, mirándola e
interrogándola con la mirada, viéndola de nuevo sonreír, con su
mirada clara mezclada con la suya e insistente, y su pequeña boca
como una piedra mojada, la razón le vino bruscamente de su
tristeza ; y, bajando la voz, atraiéndola a sí :
-
¿Ya no lloras, Marie ?
Ella
no supo lo que quería decir. Retomó :
- ¿Recuerdas,
Marie, los buenos viejos tiempos en los que llorabas ?
Ella
de un gesto negó.
-
Cuando fuimos a la cruz de Girette, cuando sentías tanta pena,
cuando te llevé, porque estabas sin fuerzas ; y yo te decía :
« Marie ¡no llores más ! » Tú me decías :
« Estoy obligada. » Y en la iglesia doblaban las campanas
por un muerto.
Pero
ella abrió los ojos, no entendiendo el sentido de sus palabras, de
manera que él se calló. Y, volviendo a sí mismo, se la representó
muerta ; volvió a verla, tumbada en la cama, las manos juntas
sobre el pecho. Se había sentado junto a ella. Con los ojos secos,
que había apretado entre sus dedos para hacer salir las lágrimas,
pero nada salía ; con el corazón como un carbón ardiente y la
garganta como la tierra árida ; y habría querido gritar,
porque traían el ataúd, y en la caja estaba el vacío negro, apenas
del tamaño del pequeño cuerpo, que habría querido arrancar de ahí,
pero ya no era de él, ni de nadie sobre la tierra. - Vio todo eso y
añoró todo eso.
Añoró
las lágrimas, y el sufrir, como ya no podía y nunca más podría ;
y, en esa paz para siempre, añoró el dolor de abajo ; y habría
querido llorar, pero ya no podía llorar.
Entonces
suspiró ; y una vez más fue a sus recuerdos, fue a la
verdadera Marie, pero no fue más que un breve momento. Se habían
levantado y bajaban. Porque ahora había venido la noche. El sol
lentamente bajó en el horizonte ; de pronto el hilo que lo
mantiene suspendido en el aire fue cortado ; cayó tras la
montaña. Y fue la sombra, en la que entraron, mientras alrededor, en
círculo, las grandes rocas brillaban como lámparas encendidas.
Había un gran silencio en el camino. Bajo las ramas volvieron a
pasar, con la noche trenzada en las hojas y el rocío en gotas
redondas. Iban de nuevo uno junto al otro. Iban de nuevo uno junto al
otro, de nuevo la miró. Y se preguntó : ¿Cómo podría ella
comprender ? ¿No lo ha olvidado todo ? Yo, yo todavía no
he olvidado todo, de manera que había como una amargura en él, -
pero ya se iba, separada de la tierra, ganado él también por la paz
del cielo, igual a Marie ahora ; y he aquí que, cuando se
acercaban al pueblo, desde dentro de los matorrales donde habían
pasado el calor del día las palomas echaron a volar y, en un giro y
en un batir de alas, volvieron al campanario. Las siguieron hasta la
iglesia. Al llegar allí, hombres y mujeres pasaron cantando, y les
saludaron ; se mezclaron con ellos.
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