martes, 5 de enero de 2010

Para Ernst, de Wilkie, una escena de puertas.

En el siglo XIX, en una mansión inglesa, una valiosa gema de origen hindú, La Piedra Lunar, ha desaparecido. Se ocupa del caso el sargento Cuff, que procede a interrogar uno a uno a los criados en la habitación del mayordomo, Betteredge. Toda la primera parte de la novela nos es contada por Betteredge desde su punto de vista.

Uno a uno los fui enviando dentro, satisfaciendo sus deseos. La primera que entró en la Corte de Justicia, en otros términos mi habitación, fue la cocinera. Esto es lo que dijo al salir: “El sargento Cuff se halla abatido; pero el sargento Cuff es un cumplido caballero.” La siguió la doncella del ama. Su ausencia duró mucho más tiempo. Esto es lo que dijo al salir: “¡Si el sargento Cuff no cree a una mujer respetable, podría muy bien guardarse su opinión para sí mismo!” La siguiente en entrar fue Penélope. Sólo permaneció allí un minuto o dos. Su informe al salir fue el siguiente: “El sargento Cuff es digno de lástima. Debe de haber sufrido algún desengaño amoroso cuando era joven.” Enseguida entró la primera criada de la casa, permaneció allí largo tiempo. Esto fue lo que dijo al salir:”¡Yo no he entrado al servicio de mi señora para soportar, mister Betteredge, que un subalterno funcionario policial se permita dudar en mi cara de lo que digo!” Rosanna Spearman fue la que entró después. Permaneció allí más tiempo que ninguna. Nada dijo al salir…; salió envuelta en un silencio mortal y con los labios color de ceniza. Samuel el lacayo fue quien la siguió. Su ausencia duró uno o dos minutos. Su informe fue el siguiente: “Quienquiera que sea la persona que lustre los zapatos al sargento Cuff debería avergonzarse de sí misma”. Nancy, la fregona, fue la última en entrar. Su ausencia duró uno o dos minutos. Su informe, al salir, fue: “El sargento Cuff es una persona de buen corazón; no acostumbra a burlarse, mister Betteredge, de una pobre muchacha trabajadora.
Al entrar, cuando todo hubo terminado en la Corte de Justicia, en demanda de nuevas órdenes, si las había, vi cómo el sargento se entregaba a su antigua treta: se hallaba asomado a la ventana silbándose a sí mismo La última rosa del verano.


La piedra lunar, Wilkie Collins, 1868.

2 comentarios:

  1. Esto hay que grabarlo, Pablo. Casting. Una cosa de época pero no demasiado. Necesitamos dos habitaciones conectadas, una con ventana y la otra no (cámara y antecámara). Varios sirvientes, un policía y un mayordomo (sea esto lo que sea). Alguien para doblar el silbido. ¿Lo hacemos? (Eso o me regalas el guión...) Calculo que puede durar 10 minutos. Se puede grabar en un dia.

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  2. Asociación Poética Porteña Ardor Nerón6 de enero de 2010, 12:25

    Te regalo el guión, pero me apunto a colaborar. Así a palo seco se me hace un poco arte moderno o instalación.
    Porque a mí enseguida se me va la cabeza y pienso en hacer una adaptación completa, trocito a trocito, seleccionando pasajes y haciéndolo de manera pobre muy pobre: vestuario de alguna época, un par de casas.
    Como lo que quería hacer Pierre leon con El Idiota.
    Hay un personaje extraordinario que se dedica a ir esparciendo folletos religiosos por las casas, poniéndolos en lugares estratégicos: el bolsillo de una bata, la puerta de la sala del desayuno...
    Lo hablamos.

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