lunes, 7 de junio de 2021

difícil


¿Veis el plano? Quizás lo hayáis reconocido, o quizás lo hayáis imaginado: es alguien en pleno acto de atracar un tren. Es Jesse James. Ha galopado hasta poder encaramarse al último vagón y va por ahí arriba, entre audaz y preciso, avanzando de vagón en vagón, hasta llegar a la locomotora para hacer que la detengan a punta de pistola. 
En el plano hay como dos mundos, un mundo del afuera, de la noche, que es un mundo azul, un mundo de sombras. Es el mundo por el cual avanza Jesse James. Y hay un mundo del adentro, de los vagones, que es un mundo de colores cálidos. Es el mundo de aquellos que los trenes los usamos para viajar dentro. 
En el plano hay varias velocidades. El tren avanza veloz, con la fuerza sonora de su traqueteo y de su silbato. Jesse James avanza sobre la velocidad del tren. Y en los vagones los viajeros avanzan, inmóviles, a la velocidad del tren. Las sombras de los árboles, inmóviles de veras, son atravesadas por esos mundos que avanzan. Las sombras de los árboles no avanzan y sin embargo son lo más fugaz del plano. Por momentos Jesse James se confunde con ellas. Podría desaparecer en ellas pero siempre reaparece. 
La película, quizás, trata de esas velocidades y de esas luces. En esta película esas luces de los interiores casi siempre tienen un tono cálido. Son las luces del hogar. Deberían de ser la luces de la seguridad y sin embargo casi siempre las acompaña la amenaza. Por una luz en un interior, que en realidad es el fuego de un incendio, muere la madre de Jesse James. Una luz puede traicionar.
Jesse James se refugia varias veces en las luces de sucesivos hogares pero siempre tiene que salir huyendo y al huir tiene que pedir que apaguen las luces, para no ser visto, para ser una sombra más, para ser parte de la noche oscura y azul. Jesse James siempre está, como en este plano, corriendo en la inquietud del azul y del afuera. Jesse James es aquel que corre mientras otros, por él, permanecen inmóviles, permanecen en la luz cálida. Me recuerda un poco a aquel título de John Le Carré que yo entiendo, quizás equivocadamente, no como el espía que surgió del frío sino como el espía que se refugió del frío, el espía que acá dentro llegó desde el frío del afuera. Pero parece que quien viene del afuera ya siempre trae consigo el frío y no hay hogar posible para él, no hay hogar inmóvil que no se le pueda volver, en cualquier momento, un afuera, un lugar del que huir corriendo. El espía y Jesse James siempre estarán afuera. 
En este plano, la verdad, uno todavía quiere estar con él ahí afuera, corriendo por el techo del tren, y no en los vagones cálidos. Uno quiere estar con él pero al mismo tiempo siente que no podría, porque lo que hace es muy difícil. Uno podría, si acaso ser parte de la banda, ser de los que cabalgan junto al tren, pero no ser aquel que corre por el techo del tren. No es del todo humano, es otra cosa, es una sombra, es una belleza que se confunde con la noche. O es, quizás, el recuerdo de que los humanos también podemos ser, a veces, más que humanos, podemos ser más veloces que el tren, podemos ser azul y noche, podemos ser tan ligeros como una sombra. 
El plano es, también, increíblemente difícil, tan difícil como correr por el techo de un tren. Y tiene, en cierto modo, la calma, la voluntad y la seguridad que hay que tener para hacer eso, correr del último al primer vagón, 
El plano es tan bello que, quizás, se olvida su dificultad. El plano tiene esa generosidad. Como el hombre que al correr por encima del tren nos hace creer que, de alguna manera, para él es fácil porque él es otra cosa, no es del todo humano, es sombra. El plano aparenta la ligereza de la sombra. El plano quiere lo más difícil y lo logra, como si fuese evidente, como si la manera más difícil fuese la única posible, la única que de veras cuenta lo que en ese momento está pasando, esos mundos avanzando a toda velocidad a través de la noche. 
Es un plano asombroso. Quizás discretamente asombroso. Lo de que sea discreto no lo sé. Pero asombroso es y el asombro, aquí, creo, provoca alegría. Porque, al menos en esta parte de la película, también hay alegría en esa vitalidad del afuera. Importa sentir esa alegría y belleza de Jesse James en ese momento para que luego puedan suceder otras cosas, para que su imagen se pueda volver más compleja. Ese afuera es lo más bello de la película, aunque sea también invivible, aunque no pueda durar, aunque acabe por no tener escapatoria. Haber sido esa belleza tiene un precio. Por haber sido aquel que saltaba de vagón en vagón, por haber sido algo más que humano, ya no puede volver a vivir en la comunidad de los humanos. 
Hay, sin embargo, otros planos asombrosos en la película, y esos planos sí que son, yo diría que sin duda, discretos. Me refiero a algunos de los largos planos de la novia (y después esposa) de Jesse James, Zee. Son planos en los que ella habla, a su ritmo, separando las frases, convencida, decidiendo por dos veces cuál va a ser su vida. En esos planos, la actriz va de frase en frase, de idea en idea, igual que Jesse James va de vagón en vagón, y la cámara y el cineasta confían en ella tanto como confiaban en el hombre sombra que corría sobre el tren. Esa confianza en la actriz, ese derecho del personaje a ir hasta el final de su pensamiento sin ser interrumpida, con el esfuerzo y la determinación que supone, son quizás el contrapeso de esa ligereza vuelta condena de la sombra Jesse James, son el recuerdo de otra manera de estar en el mundo, de afirmarse, queriendo ser aquello que permanece, queriendo ser, en cierto modo, ni viajero en vagón ni atracador nocturno ,queriendo ser, quizás, inmóvil, árbol. La película, en cualquier caso, por su manera de filmar, por manera de confiar en ella, nos muestra que  esa vida que al querer estar inmóvil puede pasar por la memoria tan fugaz como los árboles vistos desde el tren, es sin embargo una vida que tiene su tiempo propio y su historia, una vida que es, también ella, asombrosa y difícil.
(Jesse James, Henry King)

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