miércoles, 16 de diciembre de 2020

tres gardenias






Yo iba a ponerme a escribir diciendo que en esta película todo pasa dos veces. Iba a decir que, por ejemplo, hay dos hombres que apagan las luces para conseguir algo de una mujer, o seducirla o atemorizarla, y que en realidad quizás no había muchas diferencias entre las dos cosas. Iba a decir también que, al emparejarse por detalles como el de apagar las luces las escenas, se teñían la una a la otra y esto inquietaba porque se supone que uno de los dos hombres es el malo de la película y el otro el bueno. Sucede a menudo en las películas que haya todo un mundo de detalles que separe al bueno del malo y sin embargo en esta película los detalles sirven precisamente para emborronar esa distinción, para hacernos sentir que en realidad los dos hombres son muy parecidos. 
Lo que iba a preguntarme con todo esto era porqué, si es tan frecuente que en las películas las cosas vayan así, de dos en dos, rimando, sin embargo me había llamado más la atención en esta película. Pensé que quizás era porque la película trata precisamente de la confianza, en particular de la confianza que la protagonista puede tener en los dos hombres, saber si detrás de lo que dicen hay una segunda intención, si los gestos son espontáneos o son parte de una trama para conseguir algo que no se dice. Al repetirse los gestos su sentido se volvía incierto. Además, de todos esos gestos el de apagar las luces, el de poner en escena las luces de una situación, llamaba la atención por lo enigmático y quizás gratuito de la segunda vez, en la redacción del periódico. 
Pero el caso es que iba a decir todo eso y a tirar un poco más del hilo, no mucho más, pero al ir a buscar los momentos en la película de pronto me pregunté si no había antes otro apagado de luces, en la escena en la que ella prepara la cena con el novio ausente, que está en la guerra de Corea. Y resulta que sí, que apaga las luces para volver más romántica la situación, y hay una botella de champán, como habrá otra tras la cena con el primer hombre, y hay la cena misma que no llega a empezar, como habrá luego una cena con cada uno de los dos hombres, y hay una carta, como la habrá luego por parte del segundo hombre, y no hay en cambio café, que sí habrá con los dos hombres, y así hay más cosas, como si la película fuese saliendo de esa escena, como si ahí se sacasen las cartas de la baraja y a partir de ahí el truco estuviese en mostrar siempre las mismas (o casi) pero en no mostrarlas nunca de la misma manera, y además en ir haciendo que el valor de las cartas dentro del juego fuese cambiando, como si lo que nos enseñase la película tuviese que ver con eso, con el mundo como juego de cartas pero de reglas cambiantes, de reglas que deciden otros y con las que nunca se puede ganar. 
Quizás el final, alegre y aparentemente tan despegado de la historia que hasta hace sentir el final que no vemos, el final más moral en el que ella no aceptaría al hombre que ha demostrado no ser un tipo en el que se pueda confiar, tenga también su lógica. La chica no rechaza el juego de cartas trucado sino que pasa a jugar también ella con cartas trucadas. O al menos eso cree. Como si la inmoralidad del juego trucado dejase de importar desde el momento en el que una cree que puede formar parte de aquellos que trucan el juego. El truco de poder formar parte del truco. Por eso, en esta historia, la casa, al final, siempre gana. 
(Gardenia azul, Fritz Lang)

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