sábado, 23 de marzo de 2019

el suspense de la memoria



Arriba hay una niña y un niño intentando romper una rama, abajo hay una mujer y un hombre intentando romper otra rama, entre una imagen y otra para nosotros han pasado unos cuarenta y cinco minutos, para los personajes han pasado diez años, son hermana y hermano, les han pasado muchas cosas, algunas que hemos visto, otras que no pero que imaginamos, y entre un momento y otro se podría decir que la hermana, Anju, sigue siendo la misma, más mayor pero la misma, y el hermano, Shuzio, ha cambiado mucho, es como si fuese otra persona, y no es sólo cosa de la edad, todo su carácter y su visión del mundo han cambiado, es un personaje que cambia varias veces y cada vez cambia todo, la manera de moverse, la manera de hablar, la manera de ser y de tratar a los demás, Shuzio es muy él y sus circunstancias, y las circunstancias en la imagen de arriba son la libertad y en la imagen de abajo son la esclavitud, y sin embargo hay cosas que no cambian, para romper la rama necesitan hacerlo entre los dos, porque uno solo no puede, y de nuevo se van a caer al suelo, y Anju va a recordar cuando hace diez años también arrancaron la rama y también se cayeron, y nosotros también lo vamos a recordar, claro, pero en realidad empezamos a recordarlo antes de que se caigan, antes de que lo recuerde Anju, antes siquiera de que se pongan los dos a tirar de la rama, lo recordamos desde el momento mismo en el que vemos el arbolito, y quizás no sepamos por qué lo recordamos, o quizás sí, puede ser que lo recordemos por el lugar de la cámara, por ese encuadre tan bello y al mismo tiempo tan extraño, desde arriba y en diagonal, nosotros casi nunca vemos las cosas así por la vida, no ya como si estuviéramos subidos a un árbol, sino por encima del árbol mismo, por encima de cualquier lugar sólido del espacio que nos rodea, desde el aire, desde un lugar al que sólo se pueden subir una cámara y su técnica, un lugar singular, que no es el del ojo humano pero que quizás sí sea el ojo de la memoria, puede ser que las cosas que de veras recordamos las hayamos visto y vivido como con un ojo no humano, puede ser que las cosas que de veras recordamos las hayamos sentido en el momento de vivirlas como vistas así, desde arriba, momentos en los que de veras sentimos que estábamos ahí, en la tierra, en el mundo, o quizás sea simplemente que el arte del cineasta también es el arte de crear recuerdos, de crear memoria, y es emocionante que el recuerdo que crea Mizoguchi, hermano y hermana tirando de la rama y cayéndose, al reaparecer diez años más tarde nos venga a la memoria antes de que se dé la imagen completa, antes de que los dos personajes caigan y recuerden, es lindo que haya un suspense, nosotros ya hemos recordado y sentimos que ellos podrían recordar, queremos que recuerden, pero no sabemos si eso va a pasar, no sabemos si la imagen del pasado se va a reformar por completo o si no habrá nada más que esa intuición que nos da un arbolito encuadrado desde arriba, y la emoción de la escena viene también de cómo se van sumando elementos a la imagen del presente, cómo van sumándose elementos que estaban en la imagen del pasado, como si estuviésemos jugando no a las siete diferencias sino a los siete parecidos, y ese suspense de la memoria no es sólo una rima, es algo más, porque lo que está en juego es la memoria del propio Shuzio, es saber si Shuzio, como Anju y como nosotros, también va a recordar y, al recordar, si va a cambiar, si va a volver a su ser, porque en realidad Shuzio ha cambiado y se ha adaptado a sus circunstancias a costa de olvidar de dónde viene y quién fue, para Shuzio sobrevivir es olvidar, y al caer le empieza a pasar algo, algo que todavía no vemos, algo que todavía no dice, que quizás todavía no sabe que le está pasando, al caer Shuzio va a empezar a recordar y a cambiar, quizás esta sea también una película sobre la memoria, hay un objeto, un amuleto, que va apareciendo de principio a fin y que es la memoria de Shuzio, es su identidad, cuando no quiere ser el que fue intenta deshacerse de él, cuando quiere ser reconocido como el que era entrega el amuleto a los que le tienen que reconocer, es increíble la cantidad de cosas que vemos, que comprendemos, que tememos y que deseamos siguiendo el itinerario de ese objeto, en la imagen de arriba lo lleva al cuello, en la imagen de abajo no, y va a pasar que al recordar quién es ese amuleto va a volver a él, le va a ayudar a ser reconocido por los otros y a reconocerse a sí mismo, pero por ahora dejemos a los dos ahí, tirando de la rama por segunda vez, dejemos a la memoria el tiempo de formarse, no adelantemos el suspense del reconocimiento, porque la emoción está en que las cosas sucedan, pero también en darles el tiempo para ser deseadas, para verlas venir.
(El intendente Sansho, Kenji Mizoguchi)

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