sábado, 30 de junio de 2018

cuando eras dinosaurio


Y aunque las historias, sí, son extraordinarias, el otro día, cazándola al vuelo, más terminando que empezando, me dio por pensar que en realidad de lo que estaba llena Historias extraordinarias era de rutinas, rutinas que se forman y que desaparecen, la rutina de la oficina de provincias, la rutina de la vida en la granja, la rutina del río con sus fotos y sus explosiones, la rutina del hombre camuflado que trafica animales, la rutina de vivir con Lola Gallo, la rutina del hombre escondido en un hotel, muchas rutinas, elegidas o que llegan de golpe, cosas de esas que a menudo cuando empiezan no se sienten como rutinas, costumbres y rituales como los de ser aquel que hace reír en las cenas, lugares en los que uno no pensaba que duraría y sin embargo pronto parece que uno siempre estuvo allí, como si se reinventase el pasado, como si todos esos años en los que uno no estuvo allí y no hizo esas cosas fueran poco a poco existiendo, como si el tiempo corriera hacia detrás tanto como hacia delante, o como aquella teoría creacionista, si mal no recuerdo, en la cual el mundo habría sido creado cuando dice la Biblia pero Dios, por no sé qué razón, quizás porque sí, había creado también de golpe los fósiles de los dinosaurios, había creado la posibilidad de un pasado anterior a la nada, o como cuando a uno le llega esa otra rutina, el amor, un amor concreto, y tiene la sensación de que es tan fuerte que no le basta con llenar el presente y extenderse hacia el futuro, sino que además, como por onda de choque, llena también parte del pasado, y una de las cosas bellas de la película es que la rutina y lo extraordinario no se anulan, aunque acostumbremos a confundir la rutina con lo ordinario, porque en realidad las rutinas, bien miradas, pueden ser algo de lo más extraño, nos dan una identidad que tiempo después nos resultará del todo ajena, nos hará preguntarnos como es posible que alguna vez fuéramos aquel que dormía en el cuartucho sobre la oficina, aquel que vivía con Lola Gallo en la carretera, aquel que pasaba el tiempo encerrado en una habitación de hotel mirando las vidas de otros por la ventana, aquel que sintió aquel amor, como si nuestra identidad estuviese hecha de discontinuidades, de segmentos en los que los segmentos anteriores pueden parecer increíbles, y quizás la aventura también esté hecha de eso, lo inusual volviéndose usual y luego, más tarde, al recordar, volviéndose increíble, la extraña sensación de saber que se ha vivido algo y que al mismo tiempo eso que se ha vivido, eso que se fue, le resulte a uno mismo increíble.
(Historias extraordinarias, Mariano Llinás)

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