domingo, 26 de marzo de 2017

piedra papel o tijera



Al poco de empezar la película Kleist está en su cama, vestido de blanco sobre sábanas blancas escribiendo sobre hojas blancas, escribiendo y tachando y arrojando al suelo las hojas tachadas y engurruñadas que un criado recoge y echa al fuego de la estufa, pero no son esbozos de poemas ni de escenas eso que quema, no, eso que intenta poner Kleist en negro sobre blanco y que tanto le cuesta es una petición de dinero dirigida a un alto consejero, le vemos trazar una y otra vez frases con una caligrafía bella e ininteligible, con una pluma de esas de cuando las plumas lo eran de aves, toda blanca salvo la punta negra de ser mojada en la tinta, le vemos escribir y tachar y arrugar y arrojar al suelo y volver escribir y volver a tachar y volver a arrojar, hasta que aparece una carta terminada, fechada el 19 de septiembre de 1811, que ya no está en manos de Kleist, sino del consejero, o algún otro funcionario, pero no sabemos inmediatamente que son las manos de un funcionario, sino que lo vamos sabiendo según escribe en el costado y al pie de la carta un apunte de lo más práctico, petición a ser archivada porque la persona von Kleist, 21 del 11 de 1811, ya no vive, y según termina su nota por fin le vemos la cara al alto funcionario y vemos su despacho y al subalterno al que le pasa la carpeta para ser archivada, el subalterno se aleja inclinándose una y otra vez, atraviesa un largo y majestuoso pasillo, le pasa la carpeta a un subalterno del subalterno, que abre una puerta de esas pequeñas y medio disimuladas en la arquitectura, blanco sobre blanco, sube unas escaleras y le pasa a otro subalterno su carpeta que a su vez sube apenas unos cuantos escalones y le pasa a otro el relevo, diciendo siempre, en el momento del paso de testigo, a archivar, y ese otro, o quizás otro más, baja a su vez una escalerillas y trotando aceleradamente, como si hubiese urgencia, le entrega la carpeta al que debe de ser el archivista, que lentamente busca, K, K, K, Kl, Kleist, dónde poner la carpeta de Kleist, y a continuación saca un pañuelo y de ese pañuelo se saca un trozo de pan que debe de ser su tentempié, y ya el plano siguiente son los cadáveres del Henriette Vogel y Kleist bajo los árboles, pero para llegar hasta ellos hemos tenido que tomar el frío desvío de los papeles arrojados al suelo, de las cartas pidiendo dinero, de los relevos funcionariales, de las carpetas archivadas para el olvido y esa manera de contar tan indirecta es sorprendente y al mismo tiempo podría ser un lugar común, la muerte del poeta y el tentempié del funcionario, lo mortal y lo indiferente, de no ser por la riqueza del detalle dentro del detalle, de no ser por ejemplo por esos papelillos blancos sobre negro que en el archivo sirven para mantener un orden alfabético, de no ser por ese caos organizado de manchas blancas sobre fondo negro.
(Heinrich, Helma Sanders-Brahms)

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