domingo, 26 de marzo de 2017

de morros con la Historia


Le vemos galopando por el desierto y todavía no sabemos quién es, se cruza con cuatro cadáveres y no sabemos en qué piensa, si va con él, si no va con él, si le da miedo, si le da igual, llega a un pueblo de casas encaladas, un pueblo que parece desierto, habitado solo por un perrillo delgado y lloriqueante, se baja del caballo y entonces, en apenas un plano, sabemos quién es y en qué piensa el llamado Cuchillo, hay el marco de una puerta trasera y a través del marco se ve una mesa con un par de platos llenos de comida, Cuchillo va y viene delante de la puerta, va y viene entrando y saliendo de plano, como mirando si de veras no hay nadie, si de veras se puede deslizar sin consecuencia por esa puerta trasera, vamos entendiendo quién es, por esa gracia inexplicable del plano que se queda fijo mientras él entra y sale y mira para aquí y para allá, quizás también porque silba, como se supone que silban los ladrones que disimulan, como quizás nunca hayan silbado los ladrones que disimulan, qué manera de disimular es esa, parece que estés pidiendo que te pillen, sí, entendemos que Cuchillo es un ladrón y además es un ladrón un poco de risa, es más Cantinflas que Jesse James, es un ladrón de tortillas y frijoles, no de bancos, así que Cuchillo entra en la casa sin preguntarse demasiado qué es lo que pinta esa comida recién hecha en un pueblo deshabitado, quizás acostumbrado a que pasen esas cosas, y en vez de salir por la puerta trasera va y sale por la puerta delantera, canturreando todavía, y, según va a morder la tortilla que se ha agenciado, se topa con un hombre que se santigua y Cuchillo no llega a morder la tortilla, porque en ese momento el ladrón falsamente precavido por fin levanta la vista y se da cuenta de que está en pleno pelotón de fusilamiento, y nosotros con él, por la gracia del zoom, sí, Cuchillo, que iba a su bola, se da de morros con la Historia en curso y no le queda otra que echar a correr, dejando caer su tortilla, con los fusiles del pelotón que ahora le apuntan a él y no a los cuatro hombres que iban a ser fusilados, los disparos de la Historia van tras el tipo que solo quería comerse una tortilla, y no le alcanzan, él galopa y galopa y no le alcanzan, y cuando la película termine él seguirá galopando con los disparos de la Historia tras él, pero ya no será lo mismo, la película será, entre otras cosas, el tiempo que él tarde en elegir estar así, galopando con los disparos tras él, y a mí me recuerda un poco a aquella escena de Tiempos modernos en la que Charlot agarraba una bandera roja que caía de un camión y sin saberlo ni quererlo se encontraba encabezando una manifestación, como si Cuchillo también agarrase una bandera roja en el suelo y se encontrase sin comerlo ni beberlo (cuando lo que él quería era comer y beber) al frente de la revolución mejicana y andando la película acabase por coger una segunda vez la bandera, pero ahora ya sí queriéndolo y sabiéndolo.
(Corri uomo corri, Sergio Sollima)

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