domingo, 7 de febrero de 2016

si ella tuviera un pañuelo rojo




No sé, es un plano bonito ¿no? La mano de ella cogida del brazo de él. La mano de Jacques que busca y enseguida encuentra entre los pañuelos esa tela roja con puntos blancos, esa tela como de cuadro, como de virgen bizantina repintada por Matisse. Con un gesto suave y rápido (pero sin prisas) envuelve la tela alrededor del cuello de Marthe. Ella queda ahí, de perfil, muy reina Ginebra en ese momento, mientras él, imaginamos, va a pagar. A la izquierda del plano, en lo alto, vemos como unas patas de muñecos de trapo, rosa y azul, tiempo de luz, yo de rosa y tú de azul. Ahí, en cinco, seis, siete, ocho segundos, por la cara de ella pasa algo que no sabemos qué es, la extrañeza de estar ahí, quizás, mientras cambia su vida, mientras su vida ya no es la que era hace no tanto, porque ella ya no es la chica del puente y del amante ausente, no, si contase su historia ya no sería esa. ¡Qué extraño que algo nuevo e inesperado esté sucediendo y que al mismo tiempo sea tan sencillo como eso, tener un pañuelo rojo nuevo en torno al cuello! Eso pongo ahora en ese rostro. Otro día pondré otra cosa. No importa. De fondo se oyen motos y pasos y yo diría que en ella empieza una sonrisa. Salen de plano. Al fondo se ve a una chica morena con un abrigo atigrado. En breve se habrá acabado la felicidad de Jacques. 
(Cuatro noches de un soñador, Bresson)

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