En el prólogo del film vemos a un
explorador vagando por algún lugar de África. ¿Es un sueño? ¿Una ficción dentro
de la ficción? Una voz en off nos dirá enseguida el verdadero motivo de su
viaje: Olvidar a una mujer, olvidar un gran amor. Este prólogo anuncia lo que
será la película: una historia de amor trágico que transcurre en África durante
la era colonial contada bajo un aparatoso dispositivo en dos partes, Paraíso perdido (primera parte: ambientada
en la Lisboa actual) y Paraíso (segunda parte: ambientada en África
) más el citado prólogo.
paraíso perdido
El verdadero paraíso perdido es, en realidad, el de
la segunda parte, perdido porque evocado por la voz en off, irreal, mítico. Es
en esta parte donde se encuentran algunos de los momentos más logrados de la
película, como cuando el protagonista cuenta cómo y por qué llegó a parar a ese
lugar mientras las imágenes nos muestran a los dos amigos corriendo o en coche,
en movimiento. Es un acierto que la película esté contada desde el punto de
vista de los colonos, ese mundo egoísta y
caduco como decía un poema de Jaime Gil de Biedma, burgués, cerrado, ciego
ante los acontecimientos inminentes (independencia del país, revolución) pero
también aventureros y románticos. Es un acierto que no los juzgue. Pues a fin
de cuentas la película no trata de colonización ni de soledad sino de una
historia de pasión, de amistad y de amor, durante los años de juventud, que son
universales.
Hay en esta parte momentos de gran
fluidez narrativa, de energía y de humor, como cuando cuenta que su amigo
quería ser profesor en Portugal pero que lo rechazaron porque sus mapas no se
correspondían a la realidad. O toda la parte que narra las aventuras del grupo
de música formado por su amigo y él. Energía y humor. Ahora bien, ¿era
necesario contar toda la primera parte, tan expresamente deprimente y banal,
para luego contarnos este bello fragmento de aventuras en África durante la era
colonial? ¿Eran necesarios el prólogo, el blanco y negro? ¿Era necesario, por
ejemplo, insistir tanto en el cocodrilo, que aparece en el prólogo, que se menciona
en la primera parte, que es fundamental en la segunda y que es, además, el
último plano (la guinda) de la película?
¿Era necesario que la protagonista de la primera parte fuera de entrada tan deprimente? El cineasta parece no darle ninguna oportunidad. No sabemos por qué ella es así. Es así porque nos lo dice y punto, pero no lo vemos en la historia ni a través de la puesta en escena. Por no hablar de su único amigo, el pintor fracasado, que parece sacado de La vida de bohemia, pero sin el menor atisbo de comprensión y de ternura hacia él por parte del cineasta.
La sensación final es que el conjunto
resulta demasiado aparatoso, demasiado artificial para lo que la película realmente
es. Y no basta con que una canción (muy buena por otra parte, muy bien elegida)
una las dos partes, las dos historias. Queremos pedir más, queremos pedirle al
director que trabaje, que piense más. ¿Qué ha quedado de aquella manera de
contar por bloques que tenía Cimino, aquellos círculos concéntricos cada vez
más amplios de los que hablaba Daney que se extendían en el tiempo y en el
espacio y en los que los hilos entre lo
cercano y lo lejano se tejían ante nuestros ojos, en los que el mundo entero
comunicaba consigo mismo? O pedirle que se deje llevar libremente por la
ficción y lleve la voz en off hasta sus últimas consecuencias, como en Historias extraordinarias. O que se
centre en una única historia que se despliegue ante nuestros ojos con sencillez
y honestidad, sin trampas, como en 4h44
Last day on earth, del gran
Ferrara.
Porque Miguel Gomes, qué duda cabe, es un virtuoso, talento no le
falta (véase la secuencia que sirve de transición entre la primera parte y la
segunda: la presentación de la joven dibujando a unos niños negros).
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