martes, 10 de enero de 2012

cine al aire libre (1)


Para M.P


Quizás...

Quizás porque no teníamos vídeo, todavía no, y mi primer recuerdo del cine (no, el primero no, ni de lejos, digamos que el primer recuerdo del cine como arte, o del cine como arte que me concernía a mí), ese recuerdo no tan lejano, sea mi padre, en alguno de esos veranos de camping, contándome gags de Keaton y planos de Bresson.

(Planos que él ya había ido olvidando, rehaciendo y remontando en su memoria, planos en los que el joven de las Cuatro noches de un soñador caminaba junto a una pared del Père-Lachaise, sólo más tarde descubrí que el joven soñador y el joven del cementerio no eran el mismo. Quizás de ahí la querencia de mi memoria por el olvido y el bricolaje.)

(Gag de Keaton: el tren de La ley de la hospitalidad detenido por una vaca que no se aparta de las vías y en vez de mover la vaca mover las vías para rodear la vaca y poder avanzar.)

Quizás porque las películas no fueron primero vistas, sino contadas de noche, mientras la leche se calienta en el camping gas. Porque fueron palabra antes que imagen, algo que se cuenta y se imagina, y no algo que se ve.

O quizás porque el cine fueron luego textos y revistas, fotos e imaginación, pocas películas más importantes que las que uno ha deseado, imaginado o soñado durante años antes de poder verlas, cinematografía paralela, historia del cine que sólo uno mismo ha visto.

Pero no, me equivoco, no son esas películas leídas y adivinadas en fotos. No creo.

No son tampoco los fragmentos descubiertos al azar en la televisión, cuatro planos de La carta, de Oliveira, en medio de un reportaje de Días de cine, ni la mitad de Ordet descubierta sin nombre.

No, tampoco es eso, el cine como fragmentos, el cine en cuatro planos, en dos gestos, el cine ya comenzado, el cine del instante y no del conjunto, la estatua sin brazos.

No, tampoco es eso. Tampoco viene de ahí este deseo de un cine hecho de fragmentos, de películas contadas, más imaginadas que vistas, la estatua sin brazos y ni siquiera vista sino descrita. Tampoco viene de ahí este deseo de un cine tranquilamente trágico y cómico, de un cine con aire alrededor, esa sensación del drama sucediendo y alrededor la noche, alrededor el viento en los árboles, otras tiendas, otras vidas.

No, debe ser ese primer recuerdo que no es el primero, el camping, el cine a la luz de la linterna, a la luz de la palabra, el cine soñado en saco de dormir.

Debe ser eso, el deseo de la noche y la palabra, del silencio y del espacio, de las voces a lo lejos y la cercanía de un rostro. El cine como tienda de campaña en la noche, como refugio frágil y sensible a la vida del exterior, el cine temblando a nada que sopla el viento.

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