domingo, 27 de octubre de 2019

edades de un bigote


Es un señor con bigote, uno de esos bigotes con las puntas que caen hacia abajo, haciendo cuentas con su abanico, años antes las puntas no caían tan hacia abajo y era profesor de gimnasia en una universidad, era un bigote como de forzudo de Charlot, como de forzudo contra Charlot, y el señor entonces era tan tirillas como ahora, nunca fue un forzudo, pero aún así imponía, por las buenas o por las malas, era profesor y tenía el poder de apuntar nombres de alumnos díscolos en una libreta y ponerles faltas, había que verle con su lapicero, su bigote y su mirada esquinada apuntar los nombres de los alumnos que no obedecían, o que se burlaban, porque en aquel entonces, en aquellos años universitarios, parece que todo iba de eso, la autoridad y la burla, el profe que pretende imponerse y el alumno que no deja que le impongan, ese lugarcito de libertad que es el hacer burla del que puede más que tú, aunque siga pudiendo más, aunque la burla no cambie eso, era un tiempo de forzudos de Charlot y también de Charlots, uno puede ser su propio Charlot, y pasan los años y el personaje principal no es el profesor, es uno de los alumnos, uno de los más díscolos, ahora trabaja en una agencia de seguros y ya no hace muchas charlotadas pero sigue teniendo un cierto sentido de la libertad y de la justicia y por defender a un compañero más mayor al que han despedido injustamente se va a enfrentar con su jefe, se va a enfrentar en una escena de abanicos, de toques en los hombros y de empujones, una escena que también podría ser de Charlot, el jefe no es un forzudo pero puede mucho, puede despedir al empleado, y lo hace, es otra violencia, es esa otra violencia que parece que no tiene fin, y luego el empleado vuelve a casa y sus hijos le desafían, no ha comprado la bicicleta que le había prometido al hijo mayor, y también ese desafío podría tener gracia, al fin y al cabo una bicicleta no es para tanto, y sin embargo hay rabia, hay cada vez más rabia, el niño golpea el suelo con sus sandalias, hay ganas de romper el mundo a sandalazos, todo es decepción, nada es bici, y desde ahí la cosa se complica, se acabó la charlotada, pasan cosas de adultos y de dinero, enfermedades, paro, todo eso, y ahí reparece el profesor de gimnasia, que ahora tiene un restaurante casi sin clientes y con algo que parece un plato único, curry con arroz, y con él reaparece un poco de gracia y un poco de esperanza, pero una gracia y una esperanza que son como su bigote, son una esperanza y una gracia un poco de puntas caídas, son poco, pero son, y ya no se trata de enfrentarse al profesor, ya no se trata de enfrentarse a nadie, se trata de aliarse, se trata de confiar, se trata de hablar, aunque la película sea muda, poco a poco, a lo largo de la película, ha ido viniendo desde el fondo del plano la mujer del empleado en paro, hasta que los dos deciden algo juntos, algo que no es lo mejor que les podía pasar, pero que tampoco es lo peor, algo que es cotidiano, algo que quizás sea la vida pasando y no la vida repitiéndose de los forzudos y los vagabundos, algo que cambia, algo que, como el bigote, envejece, algo que cambia y sin embargo perdura, y entonces cantan sobre los tiempos pasados, cantan una canción de los tiempos de las charlotadas, una canción de los tiempos de la libertad y dan ganas de pensar que a pesar de todo sí siguen siendo un poco aquello, sí siguen siendo un poco Charlots, no olvidan lo que la gracia les enseñó, aunque haya, sí, días que más pero también días que menos. 
(El coro de Tokyo, Yasujiro Ozu)

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