sábado, 3 de noviembre de 2018

una vida


para Patricia

Vimos El último caballo y luego hablamos de ella y recuerdo que en algún momento dijimos que al caballo no se le veía tanto, o que cuando lo veíamos con otros caballos no lo distinguíamos de los demás, y luego ya no volvimos a hablar de eso y al poco nos fuimos y según volvía a casa iba pensando que quizás la película se podía resumir diciendo que es la historia de tres personas que por salvar una vida (de caballo) están dispuestos a renunciar a sus formas de vida y que, al cabo, salvando una vida, salvan sus propias vidas, o al menos las hacen más felices, y pensé que no era poco lo que hacían y que no es tanta la gente que por salvar una vida daría su forma de vida, si lo pensamos bien nos debería de dar vértigo, al menos tanto vértigo como la revolución, o más, porque quizás sea más evidente renunciar a todo cuando todo cambia, y me pregunté si no sería por eso que el caballo era simplemente un caballo, y no el caballo más majo o más memorable de Madrid, si no sería porque el caballo es ante todo una vida, casi en abstracto, una vida que se puede salvar, que tres personas pueden salvar, una vida que caga y come flores (porque como son pobres come flores, que ideas más chulas hay en la película) pero que no es una vida diferenciable de las otras, no lo salvan por majo, no lo salvan por diferente, lo salvan porque está vivo y porque no pueden concebir que lo vivo muera si puede seguir vivo, si está en sus manos que siga vivo, y luego lo bonito es, claro, todo lo que alrededor de ello se entreteje, las flores, el alcohol y la gracia, el mundo que fue y el que será, pero quizás también lo bonito y lo vertiginoso sea que todo eso, todo ese mundo, toda esa vitalidad, pueda nacer de un deseo tan rápido de decir: salvar una vida.
(El último caballo, Edgar Neville)

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