viernes, 23 de marzo de 2018

un libro infinito



Divago sobre un mundo ucrónico que amara a Irene Dunne, 
más que a la Dietrich.
Carla Maglio

Cary Grant casi no se mueve, y no habla, deja hablar, si acaso vemos, en el abrir y cerrarse de sus ojos, en su boca que apenas cambia, que escucha lo que Irene Dunne está diciendo, que la escucha y que algo le pasa escuchándola, pero nada más, está en sombra en un plano donde todo lo demás brilla, la ropa de ella, su sombrero, su broche, su pelo, las copas de champán, las copas de champán que son como el brillo que les está pidiendo el cuerpo y que sin embargo en ese momento no pueden beber, ni mojarse los labios con el brillo pueden, y ahora no recuerdo de qué está hablando ella, quizás esté recordando algo que al mismo tiempo la hace reír y tener ganas de llorar, y todo el plano está hecho para eso, para que ella al mismo tiempo tenga ganas de reír y de llorar, para que pasen cosas, muchas cosas, por su rostro, para que ella sea un libro abierto pero un libro extraño, un libro en el que se confunden las emociones, una sonrisa que se dibuja y se desdibuja, una boca que está a punto de hacerse mueca o llanto y de pronto se echa a reír, un risa que va decayendo hasta ser sonrisa, una sonrisa de fachada que no puede resistir la vista de la copa de champán, y de pronto es más bien en los ojos donde de veras están pasando cosas, hay algo en ese rostro que nunca se detiene, que nunca está en una emoción si no es camino de otra, y quizás ese mundo ucrónico en el que se amara más a la Dunne que a la Dietrich sería un mundo en el que no importase que nos leyesen en el rostro como en un libro abierto, un mundo donde hasta cuando mentimos no paramos de decir la verdad, un mundo donde no fuese necesario congelar el gesto, controlar el sentido de una ceja que se alza, pero también puede ser, simplemente, que lo que la Dunne hace sea algo que no se puede detener en una imagen, ni postal ni póster, algo que sólo sucede en el momento mismo en el que vemos la película, algo que no podemos llevarnos a casa más que en la memoria, con la duda de si realmente vimos lo que vimos, si realmente recordamos lo que fue, y no sé muy bien en qué momento podríamos imaginar que habría empezado ese mundo ucrónico, en qué momento el mundo podría haber virado un poco menos Dietrich, un poco más Dunne, en qué momento podríamos haber renunciado al miedo a que leyesen en nosotros como libros abiertos y contradictorios, libros cambiantes, libros champán y lágrimas. 
(The Awful Truth, Leo McCarey)

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