domingo, 8 de octubre de 2017

de color i de perfums




Esa chica que os mira de lado está contando la historia de los tres cerditos, una versión de la historia en la que su tía les ha dado dinero, o lo han heredado, y el primero, ya lo sabéis, se gasta lo menos posible en hacer la casa, apenas algo de paja, para así poder gastarse todo lo demás en pasárselo pipa, y el segundo se gasta algo más pero tampoco mucho, apenas algo de madera, y el resto se lo gasta en comer muy bien, y al fin el tercero se gasta todo o casi todo el dinero en hacer una casa de piedra o de ladrillo, o algo así, y nada de pasárselo pipa o de comer muy bien, y yo no sé si es cosa de la peli, o si es el haber metido al dinero en toda historia, yo nunca la había oído con dinero de por medio, el caso es que me hice una pregunta que no me había hecho nunca y que es: ¿por qué los tres cerditos hicieron tres casas, una cada uno, en vez de hacer una sola entre los tres, dividiéndose el trabajo y el dinero y aprovechando el resto del tiempo para pasárselo bien y cantar y comer y todas las cosas que sean que les gusta hacer a los cerditos? Puede ser, claro, que como no estaban de acuerdo cada cual en qué tipo de casa construir por eso acabasen cada cual haciendo la propia y así el cuento es el que es y al final todos corren a la tercera casa, o quizás no, no conozco todas las versiones, quizás haya versiones en las que el lobo se come al primer y al segundo cerdito, pero en la versión que yo conozco y en esta todos corren a la tercera casa y afuera sopla y sopla el lobo, como podría soplar la tormenta, una tormenta del fin del mundo, afuera sopla y sopla el lobo que es la muerte y los cerditos están dentro y ríen del soplo del lobo y en el fondo es posible que se lo estén pasando muy bien, que estén como celebrando la fiesta de estar adentro, a salvo del lobo, a salvo de la muerte, y eso no recuerdo si lo cuenta alguna de las versiones de la historia, cómo era la fiesta de los tres cerditos en esa casa de la que no podían salir pero en la que no les podía alcanzar la muerte, y quizás esta película, no sé, quizás sea también un poco eso, la fiesta cerrada, la fiesta sin el lobo, la fiesta de los tres cerditos o de una docena de amigos a salvo de la muerte roja.

La chica, no sé si se ve bien, tiene en la nariz y en la mejilla puntos dorados, puntos de maquillaje, le sientan muy bien, van muy a juego con su manera de contar la historia, una manera muy exagerada, abriendo ojos y boca como platos, tiene un rostro muy bonito, esos ojos grandes, esos pómulos marcados, esa frente un poco redonda, sí, una cara muy expresiva, y cuenta como una cuenta cuentos, la cuenta con el placer de ser casi un dibujo animado, mientras la cámara va y viene hacia ella, zoom hacia delante, zoom hacia detrás, la cámara no para, qué cosa más rara, y junto a ella están las velas rojas, velas que son como de fiesta, pero una fiesta un poco alargada, un poco estirada, y que son también velas sobra las que soplar y que van bien, muy bien, con la historia del lobo que sopla y sopla y las velas no apaga y mientras no se apaguen las velas dura la fiesta, una fiesta que va a empezar al poco, una fiesta que es toda la película, dos horas y pico de fiesta, una fiesta de disfraces y de maquillaje y de ese otro disfraz que es la desnudez, vestirse de más, vestirse de menos, salirse de la regla cotidiana del estar juntos y entrar en otra regla, dejar de ser la imagen que uno es a cada rato para convertirse en una imagen distinta, una imagen para la que pueden bastar unos puntos dorados sobre las mejillas y la nariz, al menos es un buen principio, quien sabe si ella habría contado la historia de los tres cerditos con tanta cara de dibujo animado si no hubiese tenido esos puntos dorados, esa libertad que da el que su cara ya no sea del todo su cara, el que su cara sea ahora también cielo de estrellas doradas, y al verlo dan un poco ganas de que en las películas los actores siempre saliesen con la cara un poco pintada, como diciendo, hey, esto es un juego y me vas a dejar jugar, sí dan ganas de que el cine fuese un poco más teatro, no sé por qué pensé en los griegos, no tengo mucha idea de a qué se parecía el teatro griego pero me acordé de ellos, o quizás fuera de los romanos, qué empanada, romanos maquillados y disfrazados y desnudados, en cualquier caso teatro, en cualquier caso gente que no está allí para hacerte ver cómo se comportan todos los días pero tampoco para hacerte creer que son otra persona como esa persona es todos los días, no, ellos están maquillados para jugar a ser lo que normalmente no son, lo que puede pasar en situaciones como estar encerrado en una casa mientras el lobo sopla y sopla y se celebra que el lobo la casa no puede derribar, pero quizás tenga truco lo de actuar maquillado porque, aunque juegan en vez de hacer creer que interpretan una realidad, acaba por resultar que lo que hacen sí es real, que no tiene el resguardo de la ficción, se maquillan para vivir una experiencia  que quizás no existiría sin la película, se disfrazan con colores magníficos y sobre un fondo de telas rojas se rozan y se tocan y se besan y quizás olvidan su sexo, son todo piel, son todo cuerpo, quizás olvidan que hay piernas y troncos y vientres y sexos, olvidan el nombre de todo lo que no es piel, y a veces se pelean pero quizás solo sea por tocarse más, carne contra carne, aunque hay desigualdades, poco a poco las vemos, hay para quien la desnudez es de veras otra forma de disfraz y hay para quien la desnudez es desnudez y es fragilidad, y hay un rostro magnífico, un rostro de esos con ángulos de tragedia, todo de blanco pintado, con los labios rojos y un magnífico pelo rojo que de pronto resulta que es peluca, un rostro que va perdiendo la máscara de maquillaje blanco, va dejando salir lágrimas y dolor en un rostro que no es ya un rostro de todos los días, es un rostro desmaquillado, es un rostro que ha pasado por el maquillaje y por la fiesta de paredes rojas y que ha salido de la fiesta por la vía de las lágrimas, sin que podamos saber si son lágrimas actuadas, lágrimas fingidas, nuevo maquillaje, o dolor real, tienen algo muy perturbador las lágrimas, en cierto modo podrían ser menos reales que los cuerpos entrelazados que hemos visto antes, puede ser la ficción que entra en la experiencia real y le da una salida, una salida con máscara que cae, una salida como de llegada de la muerte roja en el interior de la casa que parecía a salvo de la muerte, y ya para entonces hemos ido sintiendo que todo aquello era muy bello pero también que era un encierro, esa habitación sin ventanas, ese mundo sin cielo, ese mundo de paredes y telas rojas, nos empezaba a faltar el aire, y quizás también fuese por el sonido, nunca oímos de veras a esos cuerpos, oímos música, oímos jadeos, todo venido como de otro mundo que no es el de la habitación y que da la sensación de que las imágenes que nos llegan de allí, de la habitación, llegan de muy lejos, de otro mundo, y no sabemos, no acabamos de saber, si la cara desmaquillada es la aparición final del dolor, si es como el soplo del lobo que al fin derrumba la fiesta o si es al contrario la ventana hacia el cielo, el soplo de aire que ya empezaba a faltarnos en ese refugio tan cerrado.

(Central Bazaar, Stephen Dwoskin)

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