A veces, recuerdo,
hablábamos de películas con monos, asuntos de monos, negocios de
monos, el mono de peluche de Fritz Lang, el mono de peluche del
espíritu de la colmena, cosas de esas de las que se hablan por pasar
el rato y a lo mejor más que eso, debería ser más que eso,
pensarlo bien, cómo filmar un mono, aprended a filmar monos, cuando
sepáis filmar monos sabréis filmar a los hombres, había dicho una
vez un señor con puro, o más o menos, quizás dijo espárragos, o
aviones, o hasta montañas, puede ser que dijera montañas, cualquier
cosa sirve, pero quizás dijo monos, monos de peluche, monos reales,
una cámara a altura de mono.
A veces hablábamos,
recuerdo, de películas de monos, y una noche, una noche fría y de
lluvia, ya un poco cansados, vimos India, de Rossellini, la vimos
atraídos por la llamada del mono, por unos pocos planos que nos
habían hecho llegar, planos de un mono amaestrado sin maestro, un
mono libre sin saber qué hacer de su libertad, mono ya un poco
hombre pero todavía mono, sin llegar a ser hombre pero ya excluido
del mundo de los monos salvajes.
Vimos India, que
nunca habíamos visto, pero que quizás habíamos imaginado un poco,
la habíamos imaginado documental, didáctica, la habíamos imaginado
muy equivocadamente, aunque es cierto que así empezaba, con una voz
descriptiva y enumerativa en italiano, con imágenes cuyos colores
recordaban a los de esas enciclopedias que había en casa de los
abuelos, esas enciclopedias cuyos datos ya habían envejecido, llenas
de países que ya no existían, o que ya no existían así,
descolonización en curso, unión soviética, todo eso, enciclopedias
cuyos textos ya estaban pasados pero que se podían ojear durante
horas, sí, a eso se parecía el arranque de India, a esas viejas
enciclopedias, y algo había del viejo sueño, del viejo adormilarse
según se va aprendiendo, según se van escuchando interminables
listas con sus planos que las ilustran, las ocupaciones de los
indios, por ejemplo.
Pero dentro de la
enciclopedia, ocultas, tras unos minutos de despiste, tras unos
minutos de documental, aparecieron las fábulas, cuatro fábulas de
los hombres y la naturaleza. Y esto sucedió casi sin darse cuenta,
parecía que estábamos aprendiendo cómo se cuidan a esos elefantes
que son los “bulldozers” de la India, y algo pasaba, de pronto la
voz en off seguía hablando en italiano pero pasaba a decir “yo”,
pasaba a hablar como si fuese uno de los cuidadores, y luego veíamos
el rostro de ese cuidador que decía “yo”, y la ficción venía
como viene casi siempre, con un plano contraplano, alguien veía a
alguien, el cuidador veía a la hija de un titiritero, era una
historia de amor, o más bien una historia de matrimonio, el inicio
de un matrimonio. En paralelo iba la historia de su elefante,
enamorado también, y que mientras estaba enamorado le dejaba al
cuidador tiempo libre suficiente para ocuparse de sus propios amores.
(E íbamos pensando
también que qué bonito era mirar a un elefante, todo lo que hacen,
caminar a ese ritmo como al ralentí, dejarse caer en el río, coger
un tronco entre la trompa y los colmillos, uno se podría pasar horas
mirando a los elefantes.)
Sí, del documental
pasábamos al cuento, historias breves de la relación del hombre con
la naturaleza: un hombre y su elefante, un hombre y la construcción
de una presa, un hombre y una tigresa. Tres formas de relacionarse
con la naturaleza, de dominarla, acompañarla o amarla. Tres edades
del hombre también, y tres edades del matrimonio.
Si dentro de la
enciclopedia se escondían los cuentos, dentro de los cuentos sobre
el hombre y la naturaleza se escondían escenas de un matrimonio,
escenas en tres tiempos, tres edades, tres matrimonios. Y había que
ver la violencia del hombre contra la mujer en la segunda historia,
violencia inesperada, violencia que quizás el documental no habría
podido mostrar, que sólo la ficción podía contar, qué desprecio,
qué violencia, qué negación... Y había que ver también, más
discreta, la manera de vivir juntos sin decirse nada del tercer
matrimonio, ahora ya sin violencia, ahora en los gestos de la pura
costumbre pero, como el hombre de la presa, también aquí el anciano buscaba la soledad ante la naturaleza, buscaba en la jungla la vida
contemplativa, las últimas emociones, el último afecto atemorizado,
el de la tigresa.
Tres cuentos del
hombre y la naturaleza y entonces llegaba el cuarto, un hombre y su
mono, el famoso mono, pero al poco de empezar esa cuarta historia el
hombre moría, y quedaba el mono, y la historia ya no era la del
hombre y la naturaleza, sino la del mono entre los dos, demasiado
humanizado ya para vivir en la naturaleza, demasiado mono todavía
para vivir como un hombre, cuando le vimos hacer su número sólo en
las calles y recoger por costumbre las monedas cuyo uso desconocía
casi nos dio algo, nunca habíamos visto el mundo así, casi desde el
punto de vista de un mono (casi, el mono no decía “yo”, y no
pensábamos como él, había una pequeña, distancia, veíamos sus
actos e intentábamos comprender sus razones, pero no podíamos ser,
nunca seríamos, el mono).
Por fin veíamos la
película con mono que ni siquiera habíamos soñado, siete minutos
en la vida de un mono, el mono y los buitres, el mono y la ciudad, el
mono y el hambre y la soledad, el mono con su chaleco y su cadena,
había que verlo, sentir el largo tiempo de los buitres en el cielo,
sentir con él el calor y la proximidad de la muerte, sentir la
incomprensión de todos los mundos, incapaz de vivir como hombre,
incapaz de vivir como mono, quedar al borde de la muerte porque sin
cadena y sin mano que le dé de comer ya no sabe vivir, la fábula
terrible del mono liberado que nos esperaba ahí, agazapada al final
de esta película que empezaba como una enciclopedia y que de pronto
respondía a aquella pregunta, qué era filmar a un mono, qué era
intentar poner la cámara a altura de mono, y qué veíamos entonces
de los hombres, qué aprendíamos entonces a ver de los hombres, sí,
entonces lo supimos un poco, y ese poco quizás fuese ya mucho, el
tiempo nos lo diría.
ESCULTURA HEROICA
ResponderEliminarSomos animales
no cuando copulamos
o cagamos
no cuando se nos saltan las lágrimas
sino cuando
mirando hacia la luz
pensamos.
Paco Ojara