jueves, 13 de febrero de 2014

a altura de mono



 A veces, recuerdo, hablábamos de películas con monos, asuntos de monos, negocios de monos, el mono de peluche de Fritz Lang, el mono de peluche del espíritu de la colmena, cosas de esas de las que se hablan por pasar el rato y a lo mejor más que eso, debería ser más que eso, pensarlo bien, cómo filmar un mono, aprended a filmar monos, cuando sepáis filmar monos sabréis filmar a los hombres, había dicho una vez un señor con puro, o más o menos, quizás dijo espárragos, o aviones, o hasta montañas, puede ser que dijera montañas, cualquier cosa sirve, pero quizás dijo monos, monos de peluche, monos reales, una cámara a altura de mono.

A veces hablábamos, recuerdo, de películas de monos, y una noche, una noche fría y de lluvia, ya un poco cansados, vimos India, de Rossellini, la vimos atraídos por la llamada del mono, por unos pocos planos que nos habían hecho llegar, planos de un mono amaestrado sin maestro, un mono libre sin saber qué hacer de su libertad, mono ya un poco hombre pero todavía mono, sin llegar a ser hombre pero ya excluido del mundo de los monos salvajes.

Vimos India, que nunca habíamos visto, pero que quizás habíamos imaginado un poco, la habíamos imaginado documental, didáctica, la habíamos imaginado muy equivocadamente, aunque es cierto que así empezaba, con una voz descriptiva y enumerativa en italiano, con imágenes cuyos colores recordaban a los de esas enciclopedias que había en casa de los abuelos, esas enciclopedias cuyos datos ya habían envejecido, llenas de países que ya no existían, o que ya no existían así, descolonización en curso, unión soviética, todo eso, enciclopedias cuyos textos ya estaban pasados pero que se podían ojear durante horas, sí, a eso se parecía el arranque de India, a esas viejas enciclopedias, y algo había del viejo sueño, del viejo adormilarse según se va aprendiendo, según se van escuchando interminables listas con sus planos que las ilustran, las ocupaciones de los indios, por ejemplo.

Pero dentro de la enciclopedia, ocultas, tras unos minutos de despiste, tras unos minutos de documental, aparecieron las fábulas, cuatro fábulas de los hombres y la naturaleza. Y esto sucedió casi sin darse cuenta, parecía que estábamos aprendiendo cómo se cuidan a esos elefantes que son los “bulldozers” de la India, y algo pasaba, de pronto la voz en off seguía hablando en italiano pero pasaba a decir “yo”, pasaba a hablar como si fuese uno de los cuidadores, y luego veíamos el rostro de ese cuidador que decía “yo”, y la ficción venía como viene casi siempre, con un plano contraplano, alguien veía a alguien, el cuidador veía a la hija de un titiritero, era una historia de amor, o más bien una historia de matrimonio, el inicio de un matrimonio. En paralelo iba la historia de su elefante, enamorado también, y que mientras estaba enamorado le dejaba al cuidador tiempo libre suficiente para ocuparse de sus propios amores.

(E íbamos pensando también que qué bonito era mirar a un elefante, todo lo que hacen, caminar a ese ritmo como al ralentí, dejarse caer en el río, coger un tronco entre la trompa y los colmillos, uno se podría pasar horas mirando a los elefantes.)

Sí, del documental pasábamos al cuento, historias breves de la relación del hombre con la naturaleza: un hombre y su elefante, un hombre y la construcción de una presa, un hombre y una tigresa. Tres formas de relacionarse con la naturaleza, de dominarla, acompañarla o amarla. Tres edades del hombre también, y tres edades del matrimonio.

Si dentro de la enciclopedia se escondían los cuentos, dentro de los cuentos sobre el hombre y la naturaleza se escondían escenas de un matrimonio, escenas en tres tiempos, tres edades, tres matrimonios. Y había que ver la violencia del hombre contra la mujer en la segunda historia, violencia inesperada, violencia que quizás el documental no habría podido mostrar, que sólo la ficción podía contar, qué desprecio, qué violencia, qué negación... Y había que ver también, más discreta, la manera de vivir juntos sin decirse nada del tercer matrimonio, ahora ya sin violencia, ahora en los gestos de la pura costumbre pero, como el hombre de la presa, también aquí el anciano buscaba la soledad ante la naturaleza, buscaba en la jungla la vida contemplativa, las últimas emociones, el último afecto atemorizado, el de la tigresa.

Tres cuentos del hombre y la naturaleza y entonces llegaba el cuarto, un hombre y su mono, el famoso mono, pero al poco de empezar esa cuarta historia el hombre moría, y quedaba el mono, y la historia ya no era la del hombre y la naturaleza, sino la del mono entre los dos, demasiado humanizado ya para vivir en la naturaleza, demasiado mono todavía para vivir como un hombre, cuando le vimos hacer su número sólo en las calles y recoger por costumbre las monedas cuyo uso desconocía casi nos dio algo, nunca habíamos visto el mundo así, casi desde el punto de vista de un mono (casi, el mono no decía “yo”, y no pensábamos como él, había una pequeña, distancia, veíamos sus actos e intentábamos comprender sus razones, pero no podíamos ser, nunca seríamos, el mono).

Por fin veíamos la película con mono que ni siquiera habíamos soñado, siete minutos en la vida de un mono, el mono y los buitres, el mono y la ciudad, el mono y el hambre y la soledad, el mono con su chaleco y su cadena, había que verlo, sentir el largo tiempo de los buitres en el cielo, sentir con él el calor y la proximidad de la muerte, sentir la incomprensión de todos los mundos, incapaz de vivir como hombre, incapaz de vivir como mono, quedar al borde de la muerte porque sin cadena y sin mano que le dé de comer ya no sabe vivir, la fábula terrible del mono liberado que nos esperaba ahí, agazapada al final de esta película que empezaba como una enciclopedia y que de pronto respondía a aquella pregunta, qué era filmar a un mono, qué era intentar poner la cámara a altura de mono, y qué veíamos entonces de los hombres, qué aprendíamos entonces a ver de los hombres, sí, entonces lo supimos un poco, y ese poco quizás fuese ya mucho, el tiempo nos lo diría.

1 comentario:

  1. ESCULTURA HEROICA


    Somos animales
    no cuando copulamos
    o cagamos
    no cuando se nos saltan las lágrimas

    sino cuando
    mirando hacia la luz
    pensamos.


    Paco Ojara

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