domingo, 27 de diciembre de 2015

una sonrisa en plano general



No sé si se ve, pero el caso es que ella sonríe. No me lo imagino, ¿verdad? Ella sonríe y yo diría que es una sonrisa de felicidad, una sonrisa de esas que se tienen cuando una se encuentra con gente que le hace sentir bien.
Suenan asnos y caballos y grillos y en el aire hay moscas y yo diría que telarañas.
Todo esto lo oigo y lo veo ahora, al volver a ver estos dos o tres planos. La primera vez no me di cuenta de los grillos ni de las moscas, pero creo que es en parte por su presencia por lo que sentí una felicidad inesperada, una felicidad en plano general, que no se debía a nada en concreto, tan solo una sensación de vida y de ligereza, y luego esa emoción cuando alguien dice que la chica ha vuelto, como prometió que lo haría, que es una chica de fiar. Ay, de fiar, que digan de una que es de fiar...

No la he vuelto a ver, eh, salvo estos cuatro planos, para buscar la sonrisa en plano general, pero desde que la vi, hace algunas noches, pienso en ella a menudo, cada vez más, no sé, como una flor que se fuese desplegando en el agua, como si la película empezase al terminar, como si estuviese hecha para ser recordada a partir de esa felicidad final. No sé si ya me había pasado esto otra vez, la sensación de no haber visto nada hasta los planos finales y después algo así como una mirada retrospectiva y desordenada. Tampoco sé si esto tiene alguna importancia o si es cosa mía y quizás cosa del azar de tener que caminar de noche por Madrid, por calles más bien desiertas y tranquilas.

Porque es cierto que hasta esos últimos planos estaba bastante perdido, entre bellezas (casi cada presencia ausente de la asesina que no asesina, casi cada pelea, el avance del maleficio invisible, unas antorchas en una cueva, algunos colores tan intensos que costaba reconocer lo que había en el plano, cosas así), intrigas e indiferencia, esperando a que la historia, al fin, empezase, qué idiota yo, o al menos que los personajes se saliesen un poco de sus raíles, de sus funciones. Pero es que los personajes no se van a salir nunca de sus funciones, menos la asesina, que piensa en plano general, como al final sonreirá en plano general. Todo está a la vista y nada es visto.

Y ahora recuerdo al señor que destroza el mobiliario de su esposa, porque nada más puede hacer, ni irse, ni echarla, ni echar mano del sable, y en realidad tampoco es que ella le haya traicionado al intentar asesinar a la que ya no sé si es amante o concubina (realmente no me enteré muy bien de quién era quién), ella no ha hecho más que lo que le toca en ese mundo en el que son todos como piezas de un juego de intrigas con una lógica inevitable.

Todos juegan el papel que les ha tocado menos la asesina, que dilata su entrada en escena, se pasa la película intentando vivir una vida de fantasma, estando sin estar, casi invisible entre cortinas, que más que actuar reacciona, hasta que llega el tiempo de hacer algo y lo que hace es salirse de ese mundo, salirse de la película, ser una chica de fiar, sí, pero de fiar no en lo que toca a su supuesta función en el juego, sino respecto a su palabra. Es de fiar porque hace lo que dice que va a hacer, aunque para ello tenga que dejar de hacer lo que le han dicho que haga. Y cuando es reconocida por sí misma, no por su función, la vida se pone ligera y sonríe en plano general. Y no es que se hayan acabado los peligros, no, empiezan otros nuevos, aventuras que sin duda serán más aventureras, pero esa es otra historia.

De lo que de verdad quería hablar, y no lo he conseguido, es del secreto. El secreto en plano general, como la sonrisa. Y de cómo dentro de una película que parece grande quizás haya una película pequeña y esquiva. Otra vez será.

(La asesina, Hou-Hsiao-Hsien)

miércoles, 23 de diciembre de 2015

veo una oscuridad


Y, a veces, cuando cierro los ojos, los veo caminando a los dos, de noche por una calle de estudio, de noche por una noche de mentira, una noche de oscuridad, farolas y ventanas iluminadas, cierro los ojos y los veo caminando, en esta película donde a todas partes se va caminando, nadie coge el coche, como mucho el metro, pero además el metro no lo cogen para ir a alguna parte, no, lo cogen para volver al punto de partida, para viajar en el tiempo pero no en el espacio, cuando de verdad quieren moverse van andando, y a veces ni eso, a veces aparecen sin más, en esta película no siempre existe el espacio, no siempre existe el tiempo, se vive en suspensión, y quizás ahora estos dos no caminan para ir a ninguna parte, caminan por caminar el uno al lado del otro, hablando, caminan porque el caminar a dos hace la amistad, cuando cierro los ojos los veo ahí, caminando los dos detrás de un hombre y una mujer, pareja en ciernes, caminan los dos, el psicólogo no tan cínico, el poeta no tan desencantado, y van hablando, con voces suaves,  no recuerdo bien de qué hablan, de poesía, creo, de escribir poesía y de publicarla, y creo que en fondo hablan del tiempo suspendido, de la vida que pasa sin que pase nada, del recuerdo lejano de otra forma de vivir, en otro tiempo fue de otra manera, del deseo de acabar con el tiempo suspendido, y mientras hablan ya ha pasado algo, ese hablar y caminar de los dos juntos ya es algo nuevo, ya no hablan solos, ya no monologan, ya no dan el espectáculo del personaje tras el que se han escondido durante todos estos años de tiempo suspendido, ahora se hablan el uno al otro, hay algo frágil ahí entre los dos, una intimidad, ya no están solos, y eso es algo nuevo, eso es algo que existía en aquella vida de antes, la vida que se vivía, algo que los dos habían perdido y que de pronto vuelve a estar ahí, en esta película las cosas a veces aparecen sin más y apenas las vemos entre los susurros y las sombras, las vemos como con los ojos cerrados, como una imagen que flota en la oscuridad y poco a poco va desapareciendo y sin embargo nunca acaba de desaparecer.
(La séptima víctima, Mark Robson)

sábado, 19 de diciembre de 2015

el estratega ríe

Al llegar la mañana, ríe.
Al salir el sol, al hacerse la luz sobre sus inventos, sus monigotes que caen y se levantan y que en la oscuridad de la noche parecían fantasmas, ríe.
No es que ría un poco, eh. Ríe mucho. Una y otra vez. Junto a cada invento, ríe.
Ja, ja, ja, ja, ja, ja...
Ríe que suena falso, que suena demasiado.
No es una risa triste, ni nerviosa, creo, es algo así como la euforia del que al amanecer ve el éxito de sus inventos. La euforia de la inteligencia que ve su poder realizado, confirmado por la victoria.
Él es todo estrategia, todo inteligencia previsora, en la noche sus manos no han tocado a ningún enemigo, no se ha manchado de sangre, no se ha lanzado sable en mano exponiéndose a matar y a ser matado. Él es, dicen, dice, un erudito.
En la batalla tuvo una frase terrible. Allí, en la oscuridad, la señorita Yang, la heroína, tenía a un enemigo a la punta del sable. El enemigo pide clemencia. Y entonces el estratega surge de la oscuridad, como un fantasma, y dice: tu indulgencia estropeará nuestro plan de acción. La señorita Yang ya no duda, hunde el sable en el pecho del enemigo.
La película es muy extraña. Hay escenas larguísimas y planos tan rápidos que apenas se ven.
La risa del estratega al amanecer es una de esas cosas que duran. Plano a plano dura. Se para y vuelve a empezar, se para y vuelve a empezar. Hasta que de pronto su pie tropieza con un cadáver. Entonces se detiene la risa. Entonces el estratega ve.
Ya no ve los monigotes por él inventados. Ve los cadáveres. Ve el campo de batalla.
Ve el día de la noche triunfal de su inteligencia. Y ya no ríe.
Llegan unos monjes budistas. Traen azadas. Empiezan a cavar tumbas. Zas, zas, zas, zas...
(Un toque de zen, King Hu)

viernes, 11 de diciembre de 2015

je te regarde, moi non plus



... vale, vale, vale que a veces uno tiene ganas de gritar ¡no! ¡cállense! ¡dejen de sermonear la pampa! y vale que la trama avanza de problema en problema perfectamente evitable, problemas evitables que los personajes se empeñan en no evitar, dificultades que los personajes se empeñan en inventarse allí donde parece que no hay más que pradera y horizonte y libertad, y en cierto modo la película va de eso, de los problemas y dificultades y reglas que los hombres son capaces de levantar en medio de una tierra llana y despejada, como si levantasen un poste, un símbolo, una cruz, no sé, algo vertical y arbitrario en medio de la inacabable horizontalidad de la naturaleza, y vale que al final a uno se le llevan los demonios cuando Martín el gaucho acepta como suyas las leyes de los otros, las leyes que desde el principio le han estado amargando la vida, le han estado poniendo puertas a la pampa, y vale también que los eternos labios rojos de Gene Tierney...

... vale, vale, vale todo eso, pero entonces por qué esta felicidad casi permanente de luces y sombras, de paisajes llanos sobre los que se recortan árboles, hombres y caballos, hombres verticales como postes, de pie sobre el lomo de los caballos, por qué esta felicidad de geometrías, de porches y arcadas en iglesias de ninguna parte, en catedrales de la ciudad, de repentinas apariciones a caballo de soldados que arrestan o de gauchos que asaltan...

... y digamos este momento, con todo lo que se dicen, a pesar de todo lo que se dicen, luz y sombra, caballo, árbol, cielo, el viento en las ramas tras el hombre y la mujer, la sombra del viento en las ramas sobre el rostro de la mujer que duerme, y, sobre todo, miradas que no se cruzan, yo te miro y tú no me miras, yo no te miro y tú me miras, apenas un parpadeo y te veo mirarme, apenas un parpadeo y ya no estás, aparición y desaparición del gaucho todo sombra contra la claridad del cielo nocturno, el gaucho leopardo, andando el tiempo, andando la película, ella y él sincronizarán sus miradas y entonces tendrán que empezar a inventar dificultades para no dejar durar la felicidad, para no dejar durar la libertad, pero por ahora no hay nada de eso, hay solo algo así como una pintura que se hiciese música, una pintura de luces y sombras que se hace música de miradas que no se cruzan, una música en movimiento permanente que casi hace olvidar lo que está sucediendo o quizás sea que lo que de verdad tiene lugar no sean los hechos y las aventuras, quizás lo que de verdad tiene lugar sea esa música...

(Martín el gaucho, Jacques Tourneur)